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miércoles, junio 21, 2006

Pensando en palabras

A un tiempo de haber comenzado este espacio, es la primera vez que le doy aliento de letras que no son versos. Hoy no me huele el poema; las manos me están áridas. Me cuestiono mi propio arte, mi propio trabajo, mi propia pasión porque yo soy lo que escribo y hoy, ayer, antes de ayer y mucho antes de antes de ayer, me siento ser el hueco negro más profundo de todo el universo. ¿Cómo hacer palabras que se sientan si no sé sentir, sino sé ser, sino no sé vivir? ¿Cómo y de qué forma mirar las palabras cuando uno rostro, el de ella, está en cada palabra?

Llevo muchos años tomando palabras, haciendo palabras, sintiendo palabras, pariendo palabras. Las he tomado y retomado y le he dado la forma que he querido. Cada vez que moldeo una palabra hecha de letras, hago y construyo una parte de mí. De tal modo, escribir ha sido una proceso de construcción dual en el cual mientras creo me creo. No puedo concebir un escrito mío en el cual no esté; en el cual no sea; en el cual no esté mi pasión, mi sangre, mi muerte y resurrección. No hago las palabras por la moda ni por quien me leer, pero me gusta el desnudo –no lo niego- y cuando nace un texto el cual llega tus ojos, invisible lector, puedes ver fragmentos de mi piel y de mi alma; de ambos porque son indivisibles.

Hoy, miércoles, 21 de junio de 2006, me pesa la vida y como mi palabra es mi vida como ya te confesé, me pesa es escribir. Tomar este segundo para expresar, despojar, desdoblar mis manos y convicciones para hacer esta herejía que hago en este momento, me da un dolor intenso, una angustia, pero a la vez cierto placer masoquista; como dijo una vez Frida en su lecho de muerte: “El dolor sin mí no puede vivir”. En esta mañana que como todas he bebido la calle y me centro a orillas de la ciudad, de la capital, escribir es ese dolor, esa vida que da muerte, y que duele y que se siente y que se ve. Escribo para que me duela, para reírme de mi debilidad, de mi desnudo, de mi sensible insensibilidad. Me hinco con palabras sabiendo que en todas hay un reclamo, un grito, un ensordecedor silencio, y el aliento de la muerte en mi oído izquierdo.

Ahora caen lo segundos. El paréntesis en que está el hombre, éste que te escribe voyerista lector, se derrite y se dispersa por las alcantarillas de este espacio virtual sin que el dolor y el desespero me sean virtuales. Respiro el aire cargado, pesado con en la cúspide del Everest en donde la frontera entre las estrellas y el mar es tan uniforme, cercana, asfixiante. Los minutos caminan lentos; no hay historias por guardar porque no hay a quién contarlas; no importan las experiencias e inexperiencias porque no deseo guardarlas para un texto ni contarlas a ser que habita mi interior. En este momento, sólo cae el día pesado como el tapón de las cinco de la tarde, y ya me he dado la dosis de muerte en la calle, en estas palabras, en este punto final.

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