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domingo, mayo 29, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 3


Día 3

El día comenzó temprano. Melissa Lucha me despertó antes de que sonara la alarma. Me llevó a desayunar al centro de Quezaltepeque. Caminar por las calles es un increíble contraste a la soledad y silencio del lugar en la noche con la actividad comercial intensa del día y el ruido que genera entre la gente y los diferentes modos de transporte público. Tan pronto se sele de la calle en donde está la casa, llena de paz y silencio, el pueblo se vuelve un caos interesante de gente, productos, negocios, pero sobre todo, de rostros y las historias que juego a imaginar en cada persona que miro fijamente. Si bien hay muchos locales en donde reinan las mueblerías, tiendas ropa y calzado deportivo, de artículos femeninos, lo más impresionante es el mercado informal. Las aceras de muchas de las calles del pueblo están invadidas por personas que con carpas, madera y hasta troncos de árboles, han montado sus negocios ambulantes y día a día llegan muy temprano para poner sus productos a la disposición de la gente. Sin bien son personas particulares y no hay un orden, parece que la competencia los ha llevado a organizarse. Por ejemplo, hay calles especializadas en productos de ropa de hombre, otra de mujer, otra de carnes y pescados, otras de frutas y verduras, otras de cosas para celulares y así por el estilo. También está el vendedor que no tiene local ni negocio en acera, como una mujer en que cada brazo cargaría cerca de 20 brasiers de diferentes colores y tamaños. Aunque es una competencia feroz, la gente no se te abalanza para que compres y no te sientes hostigado; Más bien maravillado ante la diversidad, pero también hasta un poco triste porque tal vez mucha de esas personas pasarán su día ahí bajo el inclemente clima y peligro para ganarse unos pocos dólares en el día si acaso.

En medio de ese tumulto, desayunamos en uno de los sitios favoritos de Mely en donde preparan pupusas. Como ya sabía que llenaban, pedí solo dos y cometí el error – del cual les contaré luego- de comer exceso del curtido con el cual se acompaña dicho plato nacional y que debe comerse con los dedos. Es interesante ver los rostros de las personas que preparan el plato y la pasión de servicio que ponen; Por ejemplo, no reparan café, pero una señora al lado mío quería uno y se lo consiguieron. En ese país, casi todo lo de tomar se envasa en botellas de lo cual los vendedores de las mismas velan celosamente porque el que compra se las devuelta para reciclarlas; Inclusive los padrinos de gaseosas son en botella.

De regreso a la casa, Otoniel estaba listo para irnos a San Salvador en donde en la tarde se llevaría a cabo la presentación de las 8 colecciones de poemas de los 8 poetas internacionales que participaríamos en el Festival. San Salvador es una ciudad enorme y, como toda capital, muy movida en tráfico de carros y transporte público ya que mucha gente acude a la misma para actividad económica o gestiones; Así que el tráfico es intenso como en cualquier otro lugar. Algo que debo mencionar es que, aunque manejan bastante rápido y haciendo movidas radicales de vez en cuando, hay un respeto por el otro conductor y todo se vuelve como un caos ordenado.  En una de las luces me agradó ver un grupo de cirqueros haciendo actos malabares para que la gente le diera dinero. Igual, que mucho alumbrado de las calles era solar.

Cerca de las 11 AM llegamos a la hermosa y enorme casona en donde sería la presentación; Era el Edificio Patrimonial Villa Guadalupe. Esa enorme casona estaba fuertemente custodiada por guardias del gobierno armados con ametralladoras y perteneció a un hacendado. La casa tiene más de 100 años y la Asamblea Legislativa de El Salvador la había adquirido para que fuera utilizada para fines culturales. Contaba en su exterior con un teatro improvisado al aire libre, esculturas y se estaban construyendo alrededor de la misma una estructura que albergaría un anfiteatro para 1,200 personas y una biblioteca. Dentro de la casa y en el primer piso, había una exposición fotográfica de una masacre contra ciudadanos que se había llevado a cabo a mediados de Siglo 20; Además de un enorme salón en donde se llevaría a cabo la actividad. El cuidador de la casona, me llevó al segundo piso aún en  reconstrucción en cuyos cuartos hay pinturas, réplicas de muebles y cuadros con fotografías. Realmente es un lugar muy acogedor, lleno de mucho potencial y en donde se respira arte.

En Villa Guadalupe dejamos las cosas dela presentación mientras conocimos allí un grupo de jóvenes cirqueros que utilizaban la casa para reunirse. De ahí fuimos a almorzar a un restaurante chino cercano. De camino, vi al primer indigente en la calle, uno de los muy pocos que vi en los diez días allí; Dormía en el suelo, cerca tenía en donde guardaba su dinero, pero nadie se lo robaba. También pasamos un área de moteles urbanos y cerca un putero y también lo que a todas luces eran unas prostitutas a puro mediodía. En el restaurante chino, curiosamente el arroz no era como al que estoy acostumbrado; Más bien era como el que ellos preparan tradicionalmente que es como el que llamamos en Puerto Rico a la jardinera. Dicho arroz lo pedí con carne de res y traía ensalada –en la cual casi siempre va incluido pepinillos- y unos panecillos; Muy bueno todo, por cierto. El sitio era tipo comedor en donde entraba variedad de personas. Inclusive, entraron dos señores con guitarra cantando unos boleros y algunas personas le dieron dinero.

De regreso al local del evento, ya tomaba más vida: Habían llegado unos artesanos, personas que iban a vender cosas de comer se ubicaban y conocí un pintor que también hace arte en camisas y a quien le compré una porque me gustó mucho la técnica, estilo y colores. Se ubicaron las mesas de los libros; La banda que iba a tocar luego de la presentación preparaba sus cosas en tarima. Ese día llegarían directo del aeropuerto al evento muchos de los escritores: Mis compañeros de México, Colombia y Costa Rica llegaban por avión en horas cercanas y vendrían todos juntos en el micro bus; Mis cuates de Honduras harían lo propio en una guagua desde su país en un trayecto de cinco horas.

Casi para comenzar, llegó el micro bus y casi simultáneamente los hondureños. Como era el primero que había llegado y el mayor del grupo, me tocó recibirlos. Ese primer encuentro auguró lo que sería esos días juntos porque hubo una gran química desde ese primer abrazo y beso. Creo que se debió a que todos nos habíamos leído antes del viaje y que Otoniel había creado varios grupos de mensajería en Facebook y ya habíamos intercambiando informalmente conversaciones esporádicas. Las primeras en bajarse fueron Eliana Maldonado y Yenny León, las colombianas. Yenny tenía una energía muy intensa y fresca, de mirada observadora y fluida; En Eliana se sentía mucha madurez, su forma de mirar profunda y escudriñadora, sonrisa chispeante y una vibra física que erizaba los vellos. Luego se bajó Carolina Quintero, de Costa Rica, una joven poeta que parece una muñeca de porcelana, pero muy alegre, intensa, sonrisa refrescante, con un silencio que habla y de una mirada particular que me llevó a decirle en un momento durante la presentación: “Tu mirada huele a peligro”. Seguido Daniel, de México, que estaba en el fondo del micro bus. Daniel es un tipo profundo, introvertido en algunas cosas, sincero y extrovertido en otras más y en el transcurso de los días, hicimos gran amistad. Caminando llegaron Armando y Emin, de Honduras. Armando llegó medio callado, pero luego sacó su personalidad alegre, explosiva en comentarios jocosos pero inteligentes y su buena vibra. Emin era más callado, siempre vestido elegantemente, pero con gran inteligencia y conocimiento en sus comentarios. Más tarde y comenzado el evento, llegaró Carmen Quintero quien tenía un vuelo más tarde que los demás. Carmen es una mujer callada, de mirada pausa, que da una sensación de profundidad y que en su voz y detalles lleva mucha intensidad.

La presentación de los libros fue un acto muy bonito y hasta emotivo. En primer lugar, cada libro fue una colección de veinte poemas que cada uno de nosotros envió. Otoniel escogió un título para cada uno que, según mis compañeros y yo, fue preciso en el de cada cual. En segundo lugar, ninguno había visto el libro montado; Ni siquiera yo que ya llevaba dos días en la casa. En tercer lugar, el conocernos todo en puro acto poético con nuestras respectivas poéticas frente a todos. Para presentar los libros, Oto escogió un poeta salvadoreño contemporáneo para cada libro. Si bien cada presentador fue variado, así también el estilo de cada uno de nosotros. Siempre es emocionante celebrar la publicación de un libro de poesía, es doble de emocionante si es de un amigo, pero cuando son ocho aún mismo tiempo, es difícil explicar lo que se siente tanto por el texto mismo así como por estar todos juntos apoyándonos y celebrándonos.

Cuando terminó el evento, ahí comenzó oficialmente nuestro compartir. Afuera, una banda rock con punk vestidos de payasos y la cantante de la Catrina le dio un toque surreal a la tarde. Los escritores pasamos a un área en donde había algo de comer y tomar para nosotros. Nos juntamos en la parte del lado de la casona y allí comenzó nuestro intercambio cultural degustando tanto lo que nos parecemos como lo que nos diferenciamos. Es un feeling inexplicable el compartir de en persona con compañeros escritores latinoamericanos de trayectoria en las letras a pesar de nuestra juventud y el mirarnos de igual a igual; De esas cosas que uno nunca soñó que pasarían y estaba pasando a este hijo de los campos de Puerto Rico.

En cierto momento, nos montamos en el microbús (como le llaman a las guaguas pequeñas) y de ahí nos fuimos a casa de Iliana Alfaro, hermana de Marisol, en donde tendríamos nuestra primera cena como grupo.  De camino, el micro era un rico revolú de acentos, historias, risas, curiosidades. La casa de Iliana está un complejo de casas con control de acceso. La seguridad en El Salvador es un negocio necesario y evidente y cuyos guardias siempre están armados con escopetas de alto calibre. En la casa nos recibieron con mucho cariño. Allí todos nos conectamos al WIFI, cada cual enviando mensajes a los suyos de que habían llegado bien, poniéndose al día con las redes social y escribiendo en las mismas los bien que lo estábamos pasando. La cena y el compartir se enfocó en los aspectos culinarios de nuestros países, fue exquisita, pese a que Eliana me negó el tomarme una Pepsi y me sometió a una Fanta; Pero fue en broma y fue un acto muy gracioso que para nada tomé a mal.

En la casa de Iliana se quedarían Eli y Yanny; En casa de un tío de Otoniel, Daniel y Emin; En la casa Armando (quien sería mi roomate) y las hermanas Quintero. Para hacer espacio para nosotros en un acto que rebasa toda humildad, el cuarto en que yo me quedaba era el de Otoniel y Marisol, en donde se quedaron las hermanas Quintero, de sus hijos. Oto, su compañera e hijos se acomodaron todos en el cuarto de la mamá de éste; Kike pasó toda la semana con nosotros durmiendo en un colchón en el piso de la sala; Mely se quedó muchas noches en la casa durmiendo en un mueble. Para cualquiera de nosotros sería una incomodidad, pero en esa casa reina el amor y el arte y cada noche lo último que veías era una sonrisa así como lo primero que te encontrabas en la mañana; Todos los días y todas genuinas y llenas de satisfacción.

Esa noche, menos la colombianas, todos llegamos a casa de Oto y, como latinos, teníamos ganas de tomar cerveza. Así que juntos fuimos a un colmado cercano a la casa en donde personas se reunían afuera del mismo en parte huyéndole al calor y en otra parte conversando sobre el diario vivir; Gente simpática, alegre y jovial. Así regresamos a la casa en donde tuvimos nuestra primera noche de cervezas la cual se repetiría cada una de ellas hasta el último día juntos.


Cansado, en algún momento me fui a la cama. Al otro día teníamos un paseo y luego la apertura. Esa noche medité de mi vida y le daba gracias al Universo por haberme hecho escritor y puertorriqueño y me acosté con una de esas sonrisas que duelen en la quijada.



viernes, mayo 27, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 2


Día 2

El día comenzó temprano en la mañana con un buen desayuno en El Maguillo (Así le llaman a un área en el patio detrás de la casa debajo de un árbol de mangó). Desayunamos huevo frito con cebollas salteadas por encima, tostadas de pan, tamales con un queso blando medio agrio y café. Días antes de viajar, y como yo era el primero que llegaría del grupo de escritores, Otoniel me había preguntado si podía tener un conversatorio con un grupo de jóvenes escritores estudiantes universitarios sobre mi experiencia como escritor, la gestión cultural y el viajar. Desde el primer momento le dije que sí, que me encantaba la idea. Disfruto el compartir mis experiencias como escritor y más con otros pares porque todos siempre salimos aprendiendo algo nuevo.

El conversatorio iba a ser en San Salvador, pero antes nos tocaría ir a un programa de radio y al aeropuerto a buscar a Daniel.  De camino, Otoniel me contó varias cosas muy interesantes. Por ejemplo, que en Quezaltepeque hay una cárcel muy importante en la cual están presos la mayoría de los líderes de la ganga de los Mara Salvatrucha, que el gobierno había ordenado a las compañías de celulares bloquear la señal de los celulares en un perímetro alrededor de la prisión y que dichas compañías, en represaría por esa orden, habían bloqueado al poblado completo. Otra historia interesante es que pasamos por la fábrica de Coca Cola y frente a la misma, en el propio terreno, hay unos edificios antiguos que sirvieron por décadas como matadero (¡Irónico!), que durante la guerra civil fue escenario de matanzas y ejecuciones de parte del ejército y que hay gente cuenta que hay presencia de espíritus en las mismas en donde han escuchado lamentos, pasos, sonidos de cadenas, entre otros.

Ese día nos transportó uno de los dos choferes que durante esos días fueron nuestro apoyo. El señor Enrique era un hombre humilde, buen conversador, muy respetuoso y dispuesto, alegre y de unas facciones indígenas muy fuertes. Antes del conversatorio, estuvimos de invitados en una emisora de radio FM para hablar sobre el Festival. En el edificio de esa radio había varias estaciones. Nos entrevistó un hombre y una mujer muy amenos y con muchas ganas de conocer de uno, de la Isla y del festival. Fue gracioso porque la entrevistadora me pregunta fuera del aire: ¿Ricky Martin es de allá, verdad? Obviamente contesté que sí, aunque él vivía la mayor parte del tiempo en Miami. De todos modos, di gracias al Universo de que no me hubiera preguntado por Dady Yankee, Alexis y Fido, o Wisin, porque no sé cuál hubiera sido mi reacción ni mi respuesta.

Luego de salir de la radio, fuimos al aeropuerto a buscar al escritor Daniel Miranda Terrés que llegaría de México. Mientras esperábamos, almorzamos en un Pizzahut en el aeropuerto. Luego, fuimos al área por donde sale la gente y él no aparecía mientras habían llegado varios vuelos y no teníamos noticias de él por más que le habíamos escrito por Facebook a ver qué había. Me di cuenta lo mucho que gustan las dinámicas de ver a la gente esperando a otros; Ese rico fetiche que tengo por mirar a las personas y jugar a imaginar la historia de cada cual hasta el punto de creérmelas. Vi una escena muy interesante: Llegó esta muchacha hermosa, de traje mini y ceñido al cuerpo; Dos mujeres la reciben con mucho cariño; De pronto, de detrás de ellas viene este hombre con botas y estilo vaquero, gafas de sol y un ramo de flores en mano; Ella lo ve, se emociona, se le abalanza a besarlo y él la levanta mientras se le subía la mini dejando ver su tanga blanco tipo hilo dental. Luego de eso y con el tiempo contado para regresar para llegar al conversatorio, decidimos irnos (Más tarde en el día supimos que le habían cancelado el viaje y que llegaría al otro día a la misma hora).

De camino al conversatorio, pasamos por un centro comercial enorme que se llama Metro Centro; Un lugar muy agringado en cuyas inmediaciones hay de la mayoría de fastfoods que podemos encontrar acá. Llegamos a una casa que sirve de sede para el Partido Social Democrático, cerca de la Universidad de El Salvador, como a las 3 PM. El grupo estuvo compuesto por 10 jóvenes escritores. Les hablé de cómo me hice escritor; De mis experiencias en grupos de escritores; De mis viajes; De lo que es y conlleva el publicar, entre otras cosas. Ellos tenían mucha curiosidad por saber cómo es la vida en Puerto Rico, el movimiento cultural, la situación política y económica, entre otros; Temas que para contestar cada uno de ellos sería de por sí casi interminable, pero hice mi esfuerzo y ellos estuvieron complacidos.  Inclusive, hicimos un ejercicio de escritura en el cual les pedí que me describieran lo negro y fue súper interesante y variadas las propuestas de poemas así como ellos lo eran en sus personalidades y estilos. Fue una aventura de dos horas y media exquisitas.

Al salir del conversatorio, pasamos por una casa cercana en donde recogimos una cama que sería ubicada en mi cuarto para uno de los escritores que llegaría al otro día. Íbamos en una pickup doble cabina. Adentro de la misma estábamos Marisol (compañera de Otoniel), sus hijos Mariana y Ariel y yo. Oto y Kike iban en la parte de atrás con la cama. Cuando salíamos de San Salvador rumbo Quezaltepeque, se veía frente a nosotros una nube densa, negra y tronando. Íbamos en un tapón y no había pasado 15 minutos cuando comenzó a llover fuertemente. El chofer trató de encontrar una gasolinera o puente en donde guarecernos en lo que pasaba un poco la lluvia y que la cama no se mojara, pero todos los lugares estaban llenos de gente haciendo lo que nosotros pretendíamos. Por suerte, el boxspring estaba cubierto de plástico y sobre el matre por lo cual no se mojó tanto. Luego de casi una hora y cuando mermaba la lluvia, llegamos a la casa. La ropa de Oto y Kike estaba tan mojada que se podía exprimir. Sin embargo, más allá de coraje había sonrisas de complicidad por lo vivido y la misión cumplida.

Cuando había parado la lluvia, casi como por acto de magia, y con todos cambiados, salimos a cenar a un restaurante mexicano a dos cuadras de la casa. Fue lindo caminar por las calles entre risas e historias. En el sitio nos recibieron con mucho cariño. La comida fue riquísima y a un costo muy bajo, claro, desde lo que uno pagaría acá por el mismo plato. Ahí pude probar por primera vez una de sus cervezas nacionales –la Pilsener- luego de que uno de los que trabaja ahí me hablara de las diferentes marcas del país y la diferencia en sabor de cada una. Debo decir que en su textura se puede degustar sus ingredientes y que tiene un sabor muy similar a mi amada Medalla. Cuando salimos del lugar, yo iba con una cerveza en mano hasta que todo el mundo se detuvo y me miró, sentí que estaba haciendo algo muy mal, y es que es castigado con la ley ingerir alcohol en las calles; Así que de un sorbo me tomé poco más de la mitad de la botella mientras todos me miraban sorprendidos y regresé al negocio para entregar la botella vacía.

Al regresar a la casa y utilizando el WIFI, tuve una vídeo llamada con mi hija. Me hizo muy feliz su cara cuando le contaba las distintas cosas que había vivido desde el viaje hasta el momento en que hablábamos. Conversamos cerca de una hora. Luego salí, hablé un rato con Oto y Kike y cuadramos la agenda del día anterior.


Me di un baño con agua refrescante y fui a la cama complacido por el día, digiriendo historias, sonriendo y sabiendo que al otro día comenzaría una jornada en donde ya no volvería nunca más a ser el mismo.




jueves, mayo 26, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 1




Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador

A Ileana Fas

Día 1:
A veces los viajes o eventos ponen a uno ansioso y no duerme bien la noche anterior a los mismos. Pensé que eso me pasaría, pero no fue así. De hecho, dormí tan profundo que, cuando sonó la alarma, me preguntaba por qué la había puesto para tan temprano y, al recordar la respuesta, sonreí emocionado. Ya el día anterior había dejado puesta y acomodada la ropa que me iba a poner para viajar. La maleta la había comenzado a hacer tres días antes porque no me gusta tener ese estrés y para que no se me quedara nada porque sería un viaje largo de muchos días.

Mi vuelo saldría a las 12:20 PM, sin embargo, me fui de Aibonito como a las 8:45 AM porque mi querida Enid se había tomado el día libre del trabajo para llevarme al aeropuerto y me había dicho para desayunar juntos. Me había despedido de Nicole en la mañana y sus ojitos se le aguaron. De camino, me detuve en casa de mis padres para despedirme: Mami estaba haciendo sus quehaceres y mi papá estaba por irse con mi primo Cheo a montar unos gabinetes que había hecho. Al despedirme de ellos, tanto sus energías como sus tonos de voz cambiaron y eso quebrantó la mía también; Ambos me desearon buen viaje, que me cuidara y me echaron la bendición. Así comenzó la aventura del viaje.

Cerca de las 10:15 llegué al Walgreens en donde había quedado en encontrarme con Enid. Al salir, llamé a mi primo John ya que habíamos quedado que dejaría mi carro en la casa que era de su abuela, en donde ya no vive nadie y que está en una urbanización con control de acceso. Nos encontramos en el portón, fuimos a la casa, me bajé, nos abrazamos. Al mirar la casa, me trajo muchos recuerdos. Desde muy pequeño la visitábamos a menudo ya que mi tía Raquel, la mamá de John, desde que se casó se fue a vivir al área metro. La abuela de John era doña Alicia; Una mujer alta, muy culta y cariñosa; El abuelo era don John Kelloggs un norteamericano que no hablaba poco español, pero que lo entendía, de mirada amorosa, caminar pausado, amantes de ver deportes en la tv, y un ser humano que emanaba felicidad. Así que estar frente a esa casa, fue un viaje en el tiempo a buenos tiempos.

Bajé la maleta del baúl y mi bulto y lo llevé a la guagua de Enid. Le presenté a mi primo, me despedí de él, y luego le di un abrazo a ella, uno sentido. Salimos hacia el área de Isla Verde a buscar un lugar en dónde desayunar. Luego de varios intentos fallidos, pero en la aventura de vivir, decidimos ir a Piu Bello. El sitio estaba lleno de gringos como suele pasar en esa área cercana a los hoteles. Nos sentamos, pedimos, comimos bien, conversamos de veinte cosas, reímos, en fin, como suele pasar cuando me junto con ella: El tiempo voló. Caminamos a la guagua y de camino conversábamos mientras sentía la energía en cada cual de cómo nos despediríamos. Llegamos al área del terminal. Ambos nos bajamos, ella me ayudó a sacar las cosas y ahí, como si no hubiera nadie, ella me dio ese abrazo y beso que necesita y que me decía en esos gestos que todo estaría bien. Así nuestras miradas se cruzaron y al pasar la puerta de cristal, suspiré.

Al llegar al terminal de American Airlines, hice el procedimiento del boleto aéreo mientras escuchaba a la empleada que ayudaba, hablar con dos compañeros de trabajo de ella que “había pasado por la piedra”, así de literalmente, a un compañero en un examen y luego en una barra bebiendo. De ahí puse la maleta y pasé a la parte de los chequeos de “seguridad”. La de la agencia federal que revisa el pasaporte, mi miró profundamente como buscando algún rasgo de terrorismo en mí; ¡Si supiera! Una vez superado eso, pasé al área en donde uno se quita los zapatos, pone los bultos y pasa por una máquina de escáner en el cual tienes que tomar una posición de yoga. Pasado ese segundo nivel de seguridad, el empleado que coordina el mismo y que te dice que puedes pasar, me revisó tocándome y apretó mi nalga derecha seguido de una mirada pícara. Luego de todo ese asunto protocolar, me senté, me puse los tenis y caminé hacia el la puerta de despegue.

Estando sentado, un señor como en los 50’s, vestido de pantalón corto con muchos bolsillos y en chancletas de cuero, se me acerca y dice: “Joven, ¿Usted me puede permitir utilizar su teléfono para despedirme de una querida amiga de la cual no pude hacerlo por la prisa de llegar al aeropuerto?”. Le dije que sí, que con gusto y que entendía. La persona me dictó el número, lo entré en el teléfono y se lo pasé. Escuché al hombre hablar con mucho respeto con la persona hasta que se despidió diciéndole: “Te amo mucho Mary”. Ahí la persona me agradeció mucho. Me preguntó de dónde era y hacia dónde iba; Le conté. Me dijo que era profesor de matemática en una universidad, pero que gustaba conocer culturas y viajar. Él iba hacia Miami para hacer escala rumbo a Paris y de ahí al Líbano en donde descansaría 5 días descansando, según me dijo, para seguir rumbo a Indonesia en donde estaría tres meses. Se notaba que era una persona conocedora y culta, simple físicamente, pero con una gran dicción; Incluso me dijo que había estado en El Salvador hacía unos años, conociendo el país.

Luego de un rato, me despedí de él porque tenía antojos de tomarme una Pepsi. Iba a comprarla en Churches Chicken, pero había mucha fila. Así que caminé buscando un conector para cargar el celular. Me senté en un suelo cerca de unos cajeros automáticos; Ahí escribí un poema en el celular. Luego caminé, hice una fila pero compré la Pepsi y lo seguí hacia el terminal. Cuando llegué, veía poca gente. Le pregunté a una oriental que estaba al lado mío que si ya habían abordado y me dijo que sí, que hacía un rato. Le agradecí y seguido dije: ¡Oh shit! Llegué a donde un empleado, me identifiqué, miró a otro empleado y con cierto tono de molestia le dijo: “Llegó el que faltaba”. Luego de ese regaño sublime, entré al avión, sentía que la gente mi miraba raro, pero yo con mi sonrisa, tomé mi asiento de ventana, saqué mi Ipod, puse música de Andrés Suárez y despegamos.

El vuelo fue bastante placentero. Siempre las nubes dan un hermoso show. Pasar sobre las Islas Bahamas siempre es un placer de colores para los ojos y vuela la mente. Llegamos al Miami 10 minutos antes, pero tuvimos que esperar que se despejara el terminal. Cuando salí, tenía 55 minutos para tomar el otro vuelo, también de American, rumbo a El Salvador; Era mi primera vez en ese aeropuerto. Habíamos bajado en el terminar 49 y mi otro vuelo salía del 6. Comencé a caminar y yo veía que los números de los terminales no bajaban y los pasos se me hacían eternos y pesados. Veía que había algo que decía Sky Train, pero me preguntaba si valdría la pena y si me llevaría a donde tenía que llegar. Cuando iba por el terminar 27, encontré una empleada que lucía latina y efectivamente lo era. Le pregunté si me era práctico tomar el tren hasta mi terminal, me preguntó a qué hora salía mi vuelo, le dije, me miró con unos ojos de profundamente pena casi a punto de lágrimas por mí, y me dijo: “Te recomiendo que camines lo más rápido que puedas casi a punto de correr”. Así seguí caminando; Sentía que no sentía el aire acondicionado; De pronto vi que a mi izquierda una gringa que quería pasarme con más prisa que yo, pero apreté más el paso y no se lo permití. En fin, 40 minutos después, llegué al terminar y suerte que hago ejercicio, porque si no, seguramente hubiera muerto en el intento.

Cuando caía la tarde, partimos hacia El Salvador. Fue hermoso ver desde el avión la caída del sol. Me sentía como en un vuelo privado ya que en ese Airbus 309 íbamos a mucho 20 pasajeros. De hecho, en mi línea iba solo y las de al frente y detrás de mí, también. Cada asiento tenía un monitor localizado en el cabezal del de al frente y te daba la opción seguir en un mapa el vuelo. Fue emocionante cuando vi la costa de Cuba. Me dio muchos sentimientos sobrevolar ese lugar. De ahí a El Salvador fue corto mientras me acompañaba en el Ipod Sabina y leía algo de poesía.

Cuando nos acercábamos al aeropuerto de El Salvador, había una nubla espesa y nunca vi la pista desde aire. Se sintió rico cuando el avión tocó pista. De ahí pasamos al asunto de la aduana, el cual fue bastante rápido. Siempre me da gracia cuando te preguntan: “¿A qué usted viene aquí?”. Al pasar eso, ya mi maleta estaba allí y al salir, ese abrazo cálido del anfitrión y amigo Otoniel Guevara. Me presentó al chofer que no llevaría a la casa; Un muchacho joven muy agradable y conversador. De camino en un pickup doble cabina del Ministerio de Obas Públicas (MOP), nos detuvimos en un área de negocios muy parecida a los kioskos de Luquillo, pero en donde solo vendían pupusas, la cual es el plato nacional. Las pupusas son parecidas a las arepas y se hacen con harina de maíz o de arroz. Como yo nunca las habían probado, pidieron varias rellenas de diferentes cosas. La forma de comerse es con las manos, inclusive, un curtido que se le pone y el cual está hecho de repollo, vinagre y orégano; Solo me pude comer dos y media no por lo grande, sino por lo que llenan.

Llenos y satisfechos, seguimos camino a la casa en Quezaltepeque. Al llegar, bajamos todo y allí se sentía paz y amor. Me recibieron con mucho cariño, me mostraron el cuarto en el cual me quedaría, llevé mis cosas y regresé para conversar. La casa no tiene balcón y una vez sales por la puerta de lo que sería la sala, estás en la calle. El área de comedor es abierta al jardín y Otoniel la tiene de oficina. En uno de los lados del jardín está la cocina (al frente de la misma un cuarto donde duerme la mamá de Oto), un baño de toilet, una pileta cemento y un cuarto; Hacia el otro lado, un cuarto (donde vive la hermana de Oto), una biblioteca, el baño (con una puerta de metal que no llega al piso y abierto en la parte de arriba, una pequeña pileta de cemento adentro y un tubo por donde sale el agua), un área de toilet, y el cuarto en donde yo me estaría quedando. Una casa sencilla en donde vive un grande, donde se crea en grande, en donde se siente en grande.


Luego de una conversación sobre muchas cosas y con una diferencia de dos horas más tempranas que en Puerto Rico, me dio sueño y me acosté no sin antes llamar por Whatsapp a Puerto Rico y dejarle saber a mi familia que había llegado bien. Esa noche dormí sabiendo que cada noche allí estrenaría formas nuevas de dormir entre historias.