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jueves, junio 16, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 5


Día 5 El quito día amaneció con un gran sol y vibra. Este día comenzaríamos oficialmente nuestra semana de lecturas. Cuando me desperté, ya todos los que no se estaban quedando en la casa, habían llegado. Siempre fue rico y vitalizante comenzar el día con esas sonrisas y vibras; De hecho, a todas horas se podía vivir eso, pero en la mañana, tenía un sentido especial. Con todos juntos, contentos y ansiosos, nos llevaron a desayunar a un negocio comedor de la niña Gloria (así se le llama a algunas mujeres adultas que por respeto y lo que hacen, se ganan ese apelativo) en Quezaltepeque. De camino, fue la primera vez que mis compañeros experimentaban la intensa vida económica del pueblo. El sitio en donde desayunamos -ése y algunos otros días- era tipo comedor en el cual entrabas, había un escaparate de cristal con la comida del día (en el desayuno, almuerzo o cena) y uno escogía lo que quería. Ahí mismo había un pequeño salón, pero en la parte posterior un gran patio interior con diversas áreas para comer y en donde cocinaban mayormente a leña. Si bien la apariencia y el sabor de la comida eran muy ricas, el trato hacía de la experiencia una inolvidable. Entre charla y charla nos íbamos compenetrando, conociendo y celebrando la vida mientras nos íbamos conociendo desde lo profundo de cada cual. Al regresar a la casa, el microbús Mercedes-Benz que nos conduciría al pueblo de Opico nos estaba esperando. El chofer era un hombre muy agradable, conversador y complaciente. Como pasó en casi todos los viajes en micro, siempre me ponían en el asiento al lado de chofer; Yo les decía a modo de broma: “¡Claro, por si pasa algo que se fastidié el caribeño y de piel oscura!” y todos se reían y siempre decían: “Matos te queremos”. Ése día Yenny se fue también al frente conmigo y lo pasamos súper comentando del paisaje, tomando fotos y aprendiendo de su pasión por las vacas. Tuvimos la suerte de que la unidad de airecondicionado de la parte frontal del micro funcionaba, pero la de atrás no y ellos tenían que abrir las ventanas, pero no fue malo porque el viaje era rumbo al campo y hacía una buena brisa relativamente fresca. Ése día el grupo nos dividiríamos en dos para hacer las lecturas. Al llegar a Opico, dejamos al primer grupo en el Centro Cultural del pueblo en donde leerían Daniel, Carmen, Carolina y Yenny; Eli y yo leeríamos en una escuela pública que lleva por nombre Instituto Nacional Tecpán. Fue emocionante cuando llegamos porque la escuela quedaba al final de un camino en tierra, pero en buenas condiciones y, entre la enorme puerta de metal que daba acceso y las ramas de un gran árbol, se leía un cruzacalles en una pared que decía: “Bienvenidos poetas nacionales e internacionales”; Ese cariño que desde lo simple hace sentir todo tan grande y magnífico, fue la norma en todas las lecturas a las que asistimos. Me llamó la atención que por todas las escuelas que pasamos los estudiantes utilizaban falda azul marino (los niños pantalones del mismo color), camisa de botones blanca (menos los más pequeñines que era camisa azul más claro) y zapatos negros. Me contaron que es el color universal en las escuelas públicas y que el gobierno nacional todos los años da a todos los estudiantes dos pares de uniformes y un par de zapatos. Al llegar a la escuela, nos recibió un grupo de tres estudiantes identificadas como ujieres. Mientras íbamos caminando hacia donde iba a ser la actividad, los estudiantes nos miraban con rostro de sorpresa, pero a la misma vez, con una sonrisa refrescante, hospitalaria y de alegría. La actividad fue en el patio interior de la escuela. De uno lado al otro del patio, habían dos carpas gigantes de tela violeta y blanca que cubrían todo el lugar creando sombra, pero a la vez un intenso calor para los estudiantes. El patio interior estaba lleno de sillas y al fondo una tarima en cemento. Antes de comenzar la actividad, Eli y yo hablábamos de buscar a alguien que nos tomara fotos con mi cámara Canon. Vimos una niña en la segunda fila y nos le acercamos. Ella nos miró con una mezcla de timidez y sorpresa; Nos dijo que no sabía cómo usar la cámara. Le enseñamos en dónde se hacen los acercamientos y se dispara. Yo le dije: “Solo mira, siente y has que la cámara traduzca con imágenes eso”; Ella sonrió. La lectura fue muy bonita e intensa. Toda la escuela estaba escuchándonos. Cuando comenzábamos la lectura, todos los estudiantes se callaban o bajaban muy baja la voz. La vibra que se sentía en la tarima era muy rica. A parte de Eli y yo, leyó Vladimir, un joven poeta salvadoreño muy bueno y con unas imágenes poéticas muy contundentes. Yo disfruté mi lectura y sé que los estudiantes también. Ése día – y muy apropiado para el clima- leí mi poema “Algo así como una oda al sobaco” el cual robó profundos aplausos y risas entre los estudiantes. Cuando terminamos, hubo una ronda de preguntas y respuestas. Al principio, los estudiantes estaban algo tímidos, pero luego varios se animaron a preguntar cosas muy interesantes. Seguido, hicimos una lectura de un poema cada uno desde nuestros asientos. En un momento de la lectura, nos pusieron frente a cada uno un envase que contenía una ensalada de frutas muy frescas. La organizadora de la lectura nos dio a cada uno un certificado muy bonito por nuestra visita. Al terminar la lectura, los estudiantes se nos acercaban con cierta timidez, pero con una sonrisa llena de complicidad. La chica que nos había tomado fotos, me devolvió la cámara y dijo unas palabras que nunca olvidaré: “Yo nunca había usado una cámara así, me gustó y no sabía que tenía talento para la fotografía ni lo había visto como una profesión” a lo que le respondí: “Sé lo que quieres ser pero procura que siempre sea lo que tus sentidos y capacidades te dicten y que lo disfrutes”; Sonrió y me dio un abrazo. Algunos estudiantes compraron nuestros libros e iban para que se los firmáramos. Otros querían tomarse fotos con nosotros con sus teléfonos móviles o simplemente comentarnos cosas. Luego almorzamos en un salón de español. Ahí se nos unió la directora quien no pudo estar durante la lectura por compromisos, pero que estaba muy contenta con nuestra visita; Una profesional que se ve que ama lo que hace, comprometida con la educación y que se gana el amor y respeto de lo estudiantes. El almuerzo estuvo muy rico, pero ahí comencé a sentirme mal del estómago. Salimos de la escuela acompañados de la directora mientras los estudiantes que nos encontrábamos al paso se iban despidiendo de nosotros. Nos montamos en el microbús y nos trasladamos al Centro Cultural en donde estaban los otros compañeros. Ahí ellos aún almorzaban y nos contaban de la lectura allí la cual dicen que estuvo muy buena, pero demasiado calurosa. Había la intensión de que el chofer nos llevara al Volcán San Salvador, pero en la solicitud de servicio no estaba y el chofer se había comunicado con su supervisor a ver nos autorizaba. Luego de un rato, el chofer nos dijo que el propio alcalde de Opico había autorizado el que nos llevaran a el volcán; Todos nos emocionamos mucho y partimos. El viaje al área del volcán tomó cerca de una hora. La ruta me recordaba mucho a la carretera cuando una va a El Yunque por el tipo de vegetación, de carretera y la temperatura. Me llamó la atención – no solo ahí sino en otros lugares rurales – la existencia de cementerios comunitarios en los cuales, por lo cuidados que se veían, se notaba un respeto por los muertos. El parque en el cual se encuentra el cráter se llama El Boquerón. De camino en el microbús, nos paramos en un mirador a mitad de ruta. Al abrir la puerta y luego de tantos días en calor, me sentía en mi pueblo de Aibonito, aunque la ruta me recordaba mucho la carretera entre Adjuntas y Lares. Ahí no se veía mucho, así que luego de la pertinente foto de grupo, seguimos la ruta. Al llegar al lugar, todos nos bajamos llenos de adrenalina a pesar del largo viaje. Allí había un área de observación desde donde, entre la bruma, se veía San Salvador y se podían identificar edificios como su catedral. En el parque había una casita que servía de museo y centro de información del mismo. Antes de subir, Armando, Eli, Yenny, Emín y yo, fuimos a ver unos kioskos de venta en la entrada del parque. Detrás de los mismos había unas grandes rocas volcánicas y la mirada fija de Eli en las mismas, nunca la olvidaré. Caminó poco a poco hacia ellas observando; Luego se arrodilló frente a una, le dio la vuelta y nos habló sobre las piedras volcánicas. Ciertamente ella ha leído y estudiado mucho sobre eso. De ahí fuimos a buscar a los demás, pero uno de los guardias del lugar nos dijo que ya habían subido. Así que fuimos, compramos nuestros boletos de entrada y comenzamos a subir. Fue súper divertido subir con este grupo de locos escritores. De camino, hicimos desde fotos muy turísticas, hasta otras muy graciosas como la mía arrodillado ante una cruz u otra como si estuviéramos exorcizando a Yenny. El bosque estaba muy bien cuidado: Los caminos bien marcados, los escalones rústicos en perfectas condiciones, la pintura en una pared cerca del cráter en excelente estado. Mucha de la flora es como la de mi pueblo y vi varios de especímenes de su hermosa ave nacional el torogoz. En el cráter, todos quedamos absortos ante la magnitud de grande, profundo y hermoso del mismo. Para mí fue el saberme tan pequeño ante un lugar tan inmenso y poderoso que guarda tantos suspiros y también tantas lágrimas de quienes lo perdieron todo en su erupción de 1917. Allí nos juntamos todos, la pasamos súper disfrutando del ambiente, haciendo fotos y en el regaño que le dio uno de los guardias del lugar a Emin que pasó una valla que no debía pasar por su seguridad. Igual, había un niño como de algunos 7 años que nos ofrecía contarnos la historia del volcán, seguramente por algún dinero que le diéramos. Cuando caía la tarde, bajamos de El Boquerón, abordamos el microbús y regresamos a la casa en Quezaltepeque. Todos estábamos bastante cansados. La mayoría se fue a El Maguillo; Yo me fui a recostar un rato a la cama, Carmen y Carolina querían un café y se fueron con Kike a Le Café (Es una cadena de cafeterías muy bonitas tipo Starbucks). Eli y Yenny me acompañaron; Eli se tiró en el mueble, Yenny al ladito mío. Así que entre descanso, comentario y alguno que otro comentario jocoso, descansamos antes de salir a la cena de la noche. Para ese momento, me sentía peor del estómago Esa noche cenaríamos en una casa a varias cuadras de la casa, así que caminamos. De camino, los chicos se detuvieron en el supermercado a comprar cervezas; Como temía a deshidratarme por el asunto de estómago, me compré unos Gatorade bajo el bulling de mis compañeros; Pero sé que se preocupaban por mí. Así llegamos a la casa del profesor y gestor cultural que fue el enlace para las lecturas en Opico; Una persona muy agradable, eléctrica, incansable, pero también cariñosa, hospitalaria y servicial quien también es arqueólogo y cuyo padre también lo fue además de pintor. Ellos vivían al final de una carretera. Habían puesto allí en la calle unas mesas con manteles en telas, un cruzacalle que en una verja en el cual nos daba la bienvenida a los poetas y una persona armada que el dueño había contratado para estar esa noche dando seguridad. Nos sentamos mientras a nuestra espalda, por sobre las tejas de las cosas se veía el cielo iluminado por relámpagos y mucha humedad en ambiente. La comida se veía y olía muy bien; Le pregunté a Carmen Quintero (quien es doctora en medicina) que si era saludable para lo que tenía y me dijo que sí. Así que comí poco, pero comí. Casi cuando terminábamos de comer, comenzó a llover; Una lluvia de esas que parecía que el cielo se había roto. Aunque hubiera sido cool afuera, estar adentro nos dio el gusto de disfrutar de calor humano. En cada lugar de esa casa había un grupo de personas. Caminé entre ellos físicamente y por sus historias: En el balcón con mis compas poetas tertuliando y riéndonos de todo un poco; En la sala, tuve una tertulia sobre Puerto Rico y sobre gallos y galleras con un gran hombre y agrónomo amante de la cultura junto a su esposa que es maestra; En la cocina, como es normal, historias culinarias. Tuve que aceptar que algo me había caído mal y me había enfermado. Mis viajes al baño eran constantes. Sentía el cuerpo un tanto cortado y con mucho calor y pasé el tiempo en la casa pegado a un abanico. En una Marisol me vio, me tocó la frente y me dijo que tenía fiebre. El dueño de la casa y su esposa se preocuparon por mí y me dieron no solo analgésicos para ese momento, sino también para llevarme para la casa. Mis amigos y compañeros poetas también estaban preocupados por mi salud, pero no dejaban de hacerme chistes para hacerme sentir bien o de pasar y darme muestras de cariño y solidaridad. Luego de varias horas, mermó la lluvia y nos fuimos rumbo a la casa. Marisol preocupada por mi temperatura, me metió debajo de su pequeña sombrilla que se hizo inmensa y en donde íbamos no solo nosotros dos, sino también Ariel y Mariana. Yenny y Eli ya se habían ido con Ileana rumbo a la casa de ésta. Los demás disfrutamos mucho entre risa y risa el regreso a la casa. Esa noche Emín y Daniel se quedaron en la casa ya que el tío de Otoniel, en donde se estaban quedando, se había quedado dormido y no los fue a buscar. En una Emín va a mi cuarto a preguntarme cómo me sentía y le conté. Me dijo que cuando él se sientía así se toma un té de orégano que ayuda a estabilizar el ph del estómago y es antibacterial; Me preguntó que si quería; Dije que sí (nada peor podía pasar a lo que ya tenía); Fue a la cocina; Al rato apareció a mi cuarto con el té. Jamás imaginé en mi vida tomar un té de orégano. Miraba ese líquido con mi mirada de poca fe. Me animé a probarlo ante la mirada de mi médico brujo. Debo decir que me gustó; Sabía un poco al de menta. Desde el primer sorbo, sentí una sensación buena en el estómago; Como cuando tienes algo con aceite y le echas una gota de líquido de limpiar platos que la grasa se dispersa. A lo lejos escuchaba a Daniel diciendo que no fuera pendejo y que eso se curaba con ron. Le dije, estoy caído pero no vencido. El día quinto cerró siendo uno lleno de memorias, de meditaciones, de belleza y de mi cuerpo marcando un paso diferente al que hubiera querido. Sin embargo, vivir no solo el respeto de mis compañeros escritores, sino también su cariño hacia mí, fue especial. Me fui a la cama no sintiéndome bien, pero sí feliz.







martes, junio 07, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 4


Día 4

El día comenzó temprano como todos los días. Aún a varios días en El Salvador, no me acostumbraba (ni nunca me acostumbré) a la diferencia de dos horas con Puerto Rico; De hecho, mi reloj de pulsera lo cambié a la hora de allá, pero el celular lo dejé con la de la Isla. Ése día fue el primero en el que todos los escritores compartimos desde la mañana. Desayunamos en la casa en el Manguillo sobre una mesa colorida y tradicional, según lo que viví en esos días: Revotillo, pan francés, puré de habichuelas, aguacate, frutas, jugo de chica y café. Entre charla y charla nos íbamos compenetrando, conociendo y celebrando la vida mientras nos íbamos conociendo.

Al regresar a la casa, todos nos alistamos para salir. Ese día comenzaría con una visita a La Toma; Visita precisa para refrescarse en ese día que temprano ya comenzaba caliente (Quezaltepeque es un lugar con un calor intenso y particular que pocas veces he experimentado en mi vida y el cual contrasta enormemente con el verdor de los árboles y plantas del lugar). La Toma es un enorme balneario (Así se llama a los lugares en donde la gente va a darse baños de agua (allá hay varios) y a diferencia de aquí que solamente lo asociamos con playas) que cuenta con dos enormes piscinas de aguas naturales y otras que dos un poco más pequeñas que por contar con piedrecillas, pareciera más un río. Sin embargo, es realmente como un enorme ojo de agua con sus aguas filtradas por piedras volcánicas. El agua es muy fresca es casi olor. A parte de las piscinas, hay varios sitios en donde se come y venden cervezas. El ambiente es familiar y, como las piscinas son tan enormes, no sientes un bullicio como tal. Están rodeadas de árboles lo cual hace del ambiente uno fresco y se pueden escuchar muchas especies de aves. Además, el lugar está cuidado por soldados del ejército fuertemente armados.

Cerca de las 10, salimos todos, incluyendo Ariel, el hijo de Oto, de la casa caminando aproximadamente 4 cuadras hasta llegar al área en donde se toman los microbuses que llevan a los diferentes sitios. Allí nos metimos todos a uno, de modo casi inimaginable a un micro que de por sí ya estaba lleno. Esos micros siempre van con la puerta de abordar abierta y llevan una persona que convoca a la gente a montarse y una vez montado, los acomoda y luego les cobra. Es realmente realismo mágico cómo puede acomodarse tanta gente en ese espacio limitado. A mí me pareció genial y surreal así como la cara de Carmen Quintero que iba sentada al lado mío y que nos comunicábamos más por miradas que por palabras de lo que estábamos viviendo allí. En un momento del trayecto, nos detuvo un grupo de policías que estaban parando carros para inspeccionarlos. Pude ver el conductor bajarse y aparte de su licencia, pasarle a uno de los agentes un billete de dinero y continuamos la marchar. Allí, la rauda competencia por la transportación hace que ésta sea muy barata; Por ejemplo, para llegar a La Toma son como 15 minutos en un vehículo y solo cobran como veinte centavos por persona y las carreteras están en muy buenas condiciones.

El balneario de La Toma está al final de una carretera ancha asfaltada (A lado y lado del final de la misma continúan unos caminos vecinales en tierra). Frente a la misma, hay varios negocios de ventas de frutas, pupusas e inflables para niños. Cuando íbamos a entrar, Oto nos pidió que guardáramos silencio y era para ahorrar algo de dinero porque a los locales la entrada por persona es $1.50 y extranjeros $3.00 (En El Salvador la moneda que se usa es el dólar estadounidense). Entramos en silencio y luego todos quedamos maravillados por el lugar. El calor estaba intenso. En las primeras piscinas, las que son en cemento, nos metimos Otoniel, Ariel, Daniel y yo; Los demás se fueron a uno de los negocios a tomarse unas cervezas. Luego de un rato, todos llegaron a donde estábamos y decidimos ir a la otra área en donde les conté que parecía un río. En una de las pozas en donde hay un tubo grueso por donde sale agua para nutrir el lugar, nos metimos casi todos y disfrutamos de hacernos fotos con mi celular y en donde puede tomar unas en donde paralizo el agua creando un efecto muy nice. Ahí disfrutamos mucho como si fuéramos nenes chiquitos. Una anécdota graciosa fue que Yenny se metió pero no se quería mojar toda y el subcomandante Emin ordenó un “fusilamiento” con agua y la encharcamos. Realmente lo pasamos genial ahí y, si nos falta de compenetrar como grupo, ahí lo logramos. Luego fuimos a comer a uno de los locales de allí; La comida era exquisita y hecha al momento y frente a uno. De ahí salimos de La Toma, esperamos como 20 minutos por el microbús y regresamos al pueblo.

Como el agua era fresca, a pesar del recorrido en el micro lleno de gente y de caminar las cuadras hasta la casa, llegamos frescos y contentos. Allí todos nos fuimos bañando poco a poco. Algunos se quedaron debajo del Manguillo conversando, y yo me recosté un rato en el cuarto en donde dormía y allí también llegó Yenny y Eli en donde pasamos un buen rato conversando, intercambiando ideas y descansando.

Esa tarde era la apertura del Festival y sería en el parque/plaza de Quezaltepeque. Como era cerca de la casa, salimos para el sitio caminando cerca de las 3 PM (El evento era a las 4). Yenny, Eli y yo nos fuimos a uno de los negocios del parque y compramos Coca Cola mientras disfruté de tomarles fotos. Allí descubrí que Eli y yo tenemos una misma pasión por la fotografía y gustos en común con las cosas y forma en que nos gusta tomar fotos; Así que desde ese día hasta el que se fue, le presté mi cámara para que se divirtiera tomando fotos e hizo unas cosas geniales.

La cancha se estaba llenando de público variado mientras una banda escolar tomaba su lugar, ubican unas sillas y alfombras rojas en donde serían los actos de apertura. Había un grupo de niños pre-escolares en uniforme. Eli se conmovió al verlos y me pidió que la acompañara para contarles cuentos a los chicos. Fue hermoso y emotivo ver a esa mujer intensa y madura convertirse en una contadora de cuentos con una energía que enamoró a los chicos y los involucró de lleno en el evento. Disfruté verla vivirse ese papel y al final bailamos con una canción que ella les cantó e hizo una coreografía con ellos.

Cerca de las 4 PM, Marisol nos pidió tomar asiento en las primeras dos filas que estaba designadas para nosotros. Aunque hacía una brisa fresca, el sol cayendo al lado izquierdo nuestro daba mucho calor, pero soportable. Debajo de un canasto de baloncesto, estaba ubicado un cartel que hacía referencia a Amílcar Colocho. En ambos lados de la alfombra, unos jóvenes pintados de blanco hacían de estatuas vivientes. En el lado derecho había una mesa con nuestros libros y un cartel grande con las fotos de los poetas internacionales que allí participábamos.

La actividad comenzó con varias interpretaciones musicales con la banda escolar compuesta de chicos y chicas que estarían entre los 13 a 15 años. Seguido, unas palabras de Marisol Alfaro, Presidenta del Festival y Otoniel Guevara, Coordinador Ejecutivo. Al terminar, una actriz llevó a cabo un performance muy emotivo de un poema de Amílcar Colocho. Dicho performance estaba acompañado por una música que llevaba a uno a reflexionar y mientras ella ponía unas velas, flores y fotos de hombres y mujeres desaparecidos durante la guerra en dicho país; Al final, declamó el poema con un vigor que se le metía a uno en los huesos. Luego comenzaron las lecturas en las cuales íbamos en grupo de tres escritores internacionales con dos salvadoreños. Luego del primer grupo, hubo una intervención musical de parte de Mariana, la hija de Otoniel, con su violín; Fue hermoso y sublime mientras caía el sol. Seguido, estuvo el segundo grupo y al terminar la lectura una niña interpretó varias canciones con una pista de fondo; Una potente y dulce voz a la vez a sus 12 años aproximadamente. Finalmente, subió el último grupo y tocó la banda. A petición, Mariana volvió a tocar seguido de la niña que había cantado antes, que volvió a hacerlo. La presentación cerró con la presentación de un buen cantautor salvadoreño, Rigoberto Barrera, con una voz melodiosa y unas canciones en donde el amor y la vida se funden y confunden. Fue interesante, que al otro lado de la cacha unos chicos jugaban baloncesto, tal vez enajenados de lo que allí sucedía. Cuando cruzamos para ir a un carro en donde comeríamos unos tamales, le pedí la bola a una chica, anoté un canasto de tres puntos y se quedaron mirándome como una mirada de “wow”.

Luego de comer unos tamales, caminamos varias cuadras por Quezaltepeque de camino a la casa en la cual esa noche sería la fiesta de apertura. Fue súper divertido porque parecíamos un grupo de nenes chiquitos traviesos. Claro, de camino paramos en el supermercado que es parte de una cadena y que llevan por nombre Selectos; Allí compramos cervezas. La casa estaba en un área muy tranquila. Se entraba por una puerta de metal que daba accesos a una entrada para carros. Ya adentro era como otro mundo: Un patio enorme, árboles frutales, un gran taller rústico  de lo que alguna vez fue de alfarería, pero sobre todo, una familia y un grupo de gente hermosa, caritativa, hospitalaria, agradecida y con una sonrisa pura y chispeante.

Allí la pasamos genial. El alfarero nos llevó por el taller contándonos las historias y todos hicimos distintas fotos como las que le tomé a Yenny cuando se metió en la mesa del torno. Luego cenamos riquísimo entre conversaciones. Como era fiesta, había música y bailamos; Sí, en plural. Fue muy divertido. Cuando comenzaba el kareoke, Yenny y Eli se fueron con Iliana porque vivían un poco alejado de allí; Igual Carmen y Carolina con Marisol. Allí seguimos tomando cerveza mientras escuchábamos la gente cantar feliz y sin inhibiciones. De pronto, Armando tomó el micrófono y nos sorprendió con su voz cantando un bolero a puro sentimiento. Luego Otoniel hizo lo propio y fue gracioso porque quería una canción que nos e acordaba bien de ella ni del autor, pero apareció. Me pusieron presión y presión para cantar y lo hice; Canté –si se puede llamar así- “19 días y 500 noches” de Sabina.


Al terminar de cantar, nos despedimos; Era cerca de la medianoche y al otro día teníamos que viajar a un pueblo continuo para las primeras lecturas del Festival. Entre chiste y comentarios jocosos, caminamos y llegamos a la casa. Como era tarde, Daniel y Emín se quedaron en la casa. Yo estuve un rato con ellos en El Manguillo, pero luego el sueño me venció y me fui al cuarto. Esa noche me acosté no solo repasando lo vivido, si no también extrañando algunas personas.