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jueves, junio 16, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 5


Día 5 El quito día amaneció con un gran sol y vibra. Este día comenzaríamos oficialmente nuestra semana de lecturas. Cuando me desperté, ya todos los que no se estaban quedando en la casa, habían llegado. Siempre fue rico y vitalizante comenzar el día con esas sonrisas y vibras; De hecho, a todas horas se podía vivir eso, pero en la mañana, tenía un sentido especial. Con todos juntos, contentos y ansiosos, nos llevaron a desayunar a un negocio comedor de la niña Gloria (así se le llama a algunas mujeres adultas que por respeto y lo que hacen, se ganan ese apelativo) en Quezaltepeque. De camino, fue la primera vez que mis compañeros experimentaban la intensa vida económica del pueblo. El sitio en donde desayunamos -ése y algunos otros días- era tipo comedor en el cual entrabas, había un escaparate de cristal con la comida del día (en el desayuno, almuerzo o cena) y uno escogía lo que quería. Ahí mismo había un pequeño salón, pero en la parte posterior un gran patio interior con diversas áreas para comer y en donde cocinaban mayormente a leña. Si bien la apariencia y el sabor de la comida eran muy ricas, el trato hacía de la experiencia una inolvidable. Entre charla y charla nos íbamos compenetrando, conociendo y celebrando la vida mientras nos íbamos conociendo desde lo profundo de cada cual. Al regresar a la casa, el microbús Mercedes-Benz que nos conduciría al pueblo de Opico nos estaba esperando. El chofer era un hombre muy agradable, conversador y complaciente. Como pasó en casi todos los viajes en micro, siempre me ponían en el asiento al lado de chofer; Yo les decía a modo de broma: “¡Claro, por si pasa algo que se fastidié el caribeño y de piel oscura!” y todos se reían y siempre decían: “Matos te queremos”. Ése día Yenny se fue también al frente conmigo y lo pasamos súper comentando del paisaje, tomando fotos y aprendiendo de su pasión por las vacas. Tuvimos la suerte de que la unidad de airecondicionado de la parte frontal del micro funcionaba, pero la de atrás no y ellos tenían que abrir las ventanas, pero no fue malo porque el viaje era rumbo al campo y hacía una buena brisa relativamente fresca. Ése día el grupo nos dividiríamos en dos para hacer las lecturas. Al llegar a Opico, dejamos al primer grupo en el Centro Cultural del pueblo en donde leerían Daniel, Carmen, Carolina y Yenny; Eli y yo leeríamos en una escuela pública que lleva por nombre Instituto Nacional Tecpán. Fue emocionante cuando llegamos porque la escuela quedaba al final de un camino en tierra, pero en buenas condiciones y, entre la enorme puerta de metal que daba acceso y las ramas de un gran árbol, se leía un cruzacalles en una pared que decía: “Bienvenidos poetas nacionales e internacionales”; Ese cariño que desde lo simple hace sentir todo tan grande y magnífico, fue la norma en todas las lecturas a las que asistimos. Me llamó la atención que por todas las escuelas que pasamos los estudiantes utilizaban falda azul marino (los niños pantalones del mismo color), camisa de botones blanca (menos los más pequeñines que era camisa azul más claro) y zapatos negros. Me contaron que es el color universal en las escuelas públicas y que el gobierno nacional todos los años da a todos los estudiantes dos pares de uniformes y un par de zapatos. Al llegar a la escuela, nos recibió un grupo de tres estudiantes identificadas como ujieres. Mientras íbamos caminando hacia donde iba a ser la actividad, los estudiantes nos miraban con rostro de sorpresa, pero a la misma vez, con una sonrisa refrescante, hospitalaria y de alegría. La actividad fue en el patio interior de la escuela. De uno lado al otro del patio, habían dos carpas gigantes de tela violeta y blanca que cubrían todo el lugar creando sombra, pero a la vez un intenso calor para los estudiantes. El patio interior estaba lleno de sillas y al fondo una tarima en cemento. Antes de comenzar la actividad, Eli y yo hablábamos de buscar a alguien que nos tomara fotos con mi cámara Canon. Vimos una niña en la segunda fila y nos le acercamos. Ella nos miró con una mezcla de timidez y sorpresa; Nos dijo que no sabía cómo usar la cámara. Le enseñamos en dónde se hacen los acercamientos y se dispara. Yo le dije: “Solo mira, siente y has que la cámara traduzca con imágenes eso”; Ella sonrió. La lectura fue muy bonita e intensa. Toda la escuela estaba escuchándonos. Cuando comenzábamos la lectura, todos los estudiantes se callaban o bajaban muy baja la voz. La vibra que se sentía en la tarima era muy rica. A parte de Eli y yo, leyó Vladimir, un joven poeta salvadoreño muy bueno y con unas imágenes poéticas muy contundentes. Yo disfruté mi lectura y sé que los estudiantes también. Ése día – y muy apropiado para el clima- leí mi poema “Algo así como una oda al sobaco” el cual robó profundos aplausos y risas entre los estudiantes. Cuando terminamos, hubo una ronda de preguntas y respuestas. Al principio, los estudiantes estaban algo tímidos, pero luego varios se animaron a preguntar cosas muy interesantes. Seguido, hicimos una lectura de un poema cada uno desde nuestros asientos. En un momento de la lectura, nos pusieron frente a cada uno un envase que contenía una ensalada de frutas muy frescas. La organizadora de la lectura nos dio a cada uno un certificado muy bonito por nuestra visita. Al terminar la lectura, los estudiantes se nos acercaban con cierta timidez, pero con una sonrisa llena de complicidad. La chica que nos había tomado fotos, me devolvió la cámara y dijo unas palabras que nunca olvidaré: “Yo nunca había usado una cámara así, me gustó y no sabía que tenía talento para la fotografía ni lo había visto como una profesión” a lo que le respondí: “Sé lo que quieres ser pero procura que siempre sea lo que tus sentidos y capacidades te dicten y que lo disfrutes”; Sonrió y me dio un abrazo. Algunos estudiantes compraron nuestros libros e iban para que se los firmáramos. Otros querían tomarse fotos con nosotros con sus teléfonos móviles o simplemente comentarnos cosas. Luego almorzamos en un salón de español. Ahí se nos unió la directora quien no pudo estar durante la lectura por compromisos, pero que estaba muy contenta con nuestra visita; Una profesional que se ve que ama lo que hace, comprometida con la educación y que se gana el amor y respeto de lo estudiantes. El almuerzo estuvo muy rico, pero ahí comencé a sentirme mal del estómago. Salimos de la escuela acompañados de la directora mientras los estudiantes que nos encontrábamos al paso se iban despidiendo de nosotros. Nos montamos en el microbús y nos trasladamos al Centro Cultural en donde estaban los otros compañeros. Ahí ellos aún almorzaban y nos contaban de la lectura allí la cual dicen que estuvo muy buena, pero demasiado calurosa. Había la intensión de que el chofer nos llevara al Volcán San Salvador, pero en la solicitud de servicio no estaba y el chofer se había comunicado con su supervisor a ver nos autorizaba. Luego de un rato, el chofer nos dijo que el propio alcalde de Opico había autorizado el que nos llevaran a el volcán; Todos nos emocionamos mucho y partimos. El viaje al área del volcán tomó cerca de una hora. La ruta me recordaba mucho a la carretera cuando una va a El Yunque por el tipo de vegetación, de carretera y la temperatura. Me llamó la atención – no solo ahí sino en otros lugares rurales – la existencia de cementerios comunitarios en los cuales, por lo cuidados que se veían, se notaba un respeto por los muertos. El parque en el cual se encuentra el cráter se llama El Boquerón. De camino en el microbús, nos paramos en un mirador a mitad de ruta. Al abrir la puerta y luego de tantos días en calor, me sentía en mi pueblo de Aibonito, aunque la ruta me recordaba mucho la carretera entre Adjuntas y Lares. Ahí no se veía mucho, así que luego de la pertinente foto de grupo, seguimos la ruta. Al llegar al lugar, todos nos bajamos llenos de adrenalina a pesar del largo viaje. Allí había un área de observación desde donde, entre la bruma, se veía San Salvador y se podían identificar edificios como su catedral. En el parque había una casita que servía de museo y centro de información del mismo. Antes de subir, Armando, Eli, Yenny, Emín y yo, fuimos a ver unos kioskos de venta en la entrada del parque. Detrás de los mismos había unas grandes rocas volcánicas y la mirada fija de Eli en las mismas, nunca la olvidaré. Caminó poco a poco hacia ellas observando; Luego se arrodilló frente a una, le dio la vuelta y nos habló sobre las piedras volcánicas. Ciertamente ella ha leído y estudiado mucho sobre eso. De ahí fuimos a buscar a los demás, pero uno de los guardias del lugar nos dijo que ya habían subido. Así que fuimos, compramos nuestros boletos de entrada y comenzamos a subir. Fue súper divertido subir con este grupo de locos escritores. De camino, hicimos desde fotos muy turísticas, hasta otras muy graciosas como la mía arrodillado ante una cruz u otra como si estuviéramos exorcizando a Yenny. El bosque estaba muy bien cuidado: Los caminos bien marcados, los escalones rústicos en perfectas condiciones, la pintura en una pared cerca del cráter en excelente estado. Mucha de la flora es como la de mi pueblo y vi varios de especímenes de su hermosa ave nacional el torogoz. En el cráter, todos quedamos absortos ante la magnitud de grande, profundo y hermoso del mismo. Para mí fue el saberme tan pequeño ante un lugar tan inmenso y poderoso que guarda tantos suspiros y también tantas lágrimas de quienes lo perdieron todo en su erupción de 1917. Allí nos juntamos todos, la pasamos súper disfrutando del ambiente, haciendo fotos y en el regaño que le dio uno de los guardias del lugar a Emin que pasó una valla que no debía pasar por su seguridad. Igual, había un niño como de algunos 7 años que nos ofrecía contarnos la historia del volcán, seguramente por algún dinero que le diéramos. Cuando caía la tarde, bajamos de El Boquerón, abordamos el microbús y regresamos a la casa en Quezaltepeque. Todos estábamos bastante cansados. La mayoría se fue a El Maguillo; Yo me fui a recostar un rato a la cama, Carmen y Carolina querían un café y se fueron con Kike a Le Café (Es una cadena de cafeterías muy bonitas tipo Starbucks). Eli y Yenny me acompañaron; Eli se tiró en el mueble, Yenny al ladito mío. Así que entre descanso, comentario y alguno que otro comentario jocoso, descansamos antes de salir a la cena de la noche. Para ese momento, me sentía peor del estómago Esa noche cenaríamos en una casa a varias cuadras de la casa, así que caminamos. De camino, los chicos se detuvieron en el supermercado a comprar cervezas; Como temía a deshidratarme por el asunto de estómago, me compré unos Gatorade bajo el bulling de mis compañeros; Pero sé que se preocupaban por mí. Así llegamos a la casa del profesor y gestor cultural que fue el enlace para las lecturas en Opico; Una persona muy agradable, eléctrica, incansable, pero también cariñosa, hospitalaria y servicial quien también es arqueólogo y cuyo padre también lo fue además de pintor. Ellos vivían al final de una carretera. Habían puesto allí en la calle unas mesas con manteles en telas, un cruzacalle que en una verja en el cual nos daba la bienvenida a los poetas y una persona armada que el dueño había contratado para estar esa noche dando seguridad. Nos sentamos mientras a nuestra espalda, por sobre las tejas de las cosas se veía el cielo iluminado por relámpagos y mucha humedad en ambiente. La comida se veía y olía muy bien; Le pregunté a Carmen Quintero (quien es doctora en medicina) que si era saludable para lo que tenía y me dijo que sí. Así que comí poco, pero comí. Casi cuando terminábamos de comer, comenzó a llover; Una lluvia de esas que parecía que el cielo se había roto. Aunque hubiera sido cool afuera, estar adentro nos dio el gusto de disfrutar de calor humano. En cada lugar de esa casa había un grupo de personas. Caminé entre ellos físicamente y por sus historias: En el balcón con mis compas poetas tertuliando y riéndonos de todo un poco; En la sala, tuve una tertulia sobre Puerto Rico y sobre gallos y galleras con un gran hombre y agrónomo amante de la cultura junto a su esposa que es maestra; En la cocina, como es normal, historias culinarias. Tuve que aceptar que algo me había caído mal y me había enfermado. Mis viajes al baño eran constantes. Sentía el cuerpo un tanto cortado y con mucho calor y pasé el tiempo en la casa pegado a un abanico. En una Marisol me vio, me tocó la frente y me dijo que tenía fiebre. El dueño de la casa y su esposa se preocuparon por mí y me dieron no solo analgésicos para ese momento, sino también para llevarme para la casa. Mis amigos y compañeros poetas también estaban preocupados por mi salud, pero no dejaban de hacerme chistes para hacerme sentir bien o de pasar y darme muestras de cariño y solidaridad. Luego de varias horas, mermó la lluvia y nos fuimos rumbo a la casa. Marisol preocupada por mi temperatura, me metió debajo de su pequeña sombrilla que se hizo inmensa y en donde íbamos no solo nosotros dos, sino también Ariel y Mariana. Yenny y Eli ya se habían ido con Ileana rumbo a la casa de ésta. Los demás disfrutamos mucho entre risa y risa el regreso a la casa. Esa noche Emín y Daniel se quedaron en la casa ya que el tío de Otoniel, en donde se estaban quedando, se había quedado dormido y no los fue a buscar. En una Emín va a mi cuarto a preguntarme cómo me sentía y le conté. Me dijo que cuando él se sientía así se toma un té de orégano que ayuda a estabilizar el ph del estómago y es antibacterial; Me preguntó que si quería; Dije que sí (nada peor podía pasar a lo que ya tenía); Fue a la cocina; Al rato apareció a mi cuarto con el té. Jamás imaginé en mi vida tomar un té de orégano. Miraba ese líquido con mi mirada de poca fe. Me animé a probarlo ante la mirada de mi médico brujo. Debo decir que me gustó; Sabía un poco al de menta. Desde el primer sorbo, sentí una sensación buena en el estómago; Como cuando tienes algo con aceite y le echas una gota de líquido de limpiar platos que la grasa se dispersa. A lo lejos escuchaba a Daniel diciendo que no fuera pendejo y que eso se curaba con ron. Le dije, estoy caído pero no vencido. El día quinto cerró siendo uno lleno de memorias, de meditaciones, de belleza y de mi cuerpo marcando un paso diferente al que hubiera querido. Sin embargo, vivir no solo el respeto de mis compañeros escritores, sino también su cariño hacia mí, fue especial. Me fui a la cama no sintiéndome bien, pero sí feliz.







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