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viernes, mayo 25, 2007

El mar y el llanto en él...

El mar, mi mar, el mar de todos los mares. El mar que sueño y el mar que veo entre las montañas asomándose y que siempre me roba una mirada, a veces, en los días más sensibles, también un suspiro. El mar que lleva entre sus olas el viaje de mis años: del niño que asustado lloró en su primer encuentro; del adolescente que sumergió en sus aguas su recién desarrollado cuerpo; del hombre que se descubrió sensible y sensitivo y que amó entre sus marullos otro cuerpo. El mar que es tan nuevo como tan viejo. Mar de pensadores, mar de soñadores, mar de cotidianos, mar de todos los mares. Es el mar, mi mar, el mar tuyo, el de todos. Un mar que suspira por sí mismo, un mar que ama por sí mismo, un mar que late por sí mismo.

Pienso en mar como pienso en cuerpos. El mar es el cuerpo que no para su movimiento, que no delega tu tiempo, que no deja seducir con su susurro al viento. El mar es un alma y a la vez un arma. Eleva con su música la rítmica melodías de poemas, las formas danzantes de una partimiento musical, el simple acto del contacto que eriza la piel. El mar es el cantar de un verbo que se hizo agua habitó entre las Islas. Es gemido que se difuminó intranquilo y sin límites por todo el planeta. El mar es el ente sin nombre que se nombra en tantas lenguas como la lengua que se hace fuego y mar y que pierde la necesidad de ser nombrado. Es la angustia deseada que se hace aguas y que moja más allá de sus líquidos cuando líquidamente nos hace mar de mares que nacen adentro muy cerca del silencio.

El mar roba sonrisas que se hacen susurros que se reparten entre las rocas y vuelan a ciudades y se pierden entre edificios, en los huecos de las aceras, en el humo de los carros, en las cajas de cartón de deambulantes, entre las manos de dos amantes que van de camino a quién sabe dónde. Pero el mar también es llanto; el mar es el cúmulo de lágrimas de algún dios olímpico que lloró la desventura de ser él mismo. El mar es la hoya en que se cuecen las cebollas que evocan la lágrima o que convocan el cocimiento de sentimientos que no pudieron ser contenidos por el alma y se derramaron. Cuando lloramos frente al mar, éste es más que agua; sus aguas se evaporan y el mar es muchas veces fuego, es muchas veces espacio infinito, es muchas otras, espacio del vértigo de un espejo cóncavo en que nos miramos sin mirarnos. Si lloro frente al mar, muy seguramente no lo hago; lo más probable es que esté errupcionando el eco intenso de mi adentro que no se pudo hacer palabras. He llorado frente al mar para dar al mundo la intensidad de mi yo; he dotado a la humanidad de nuevas aguas con sabor y olor a hombre hijo del Caribe y que ha transitado solo y callado de un siglo a otro. Mis lágrimas al mar son pequeñas cápsulas que llevan entretejidas la génesis del llanto, mi ADN y con él miles de años de evolución y revolución, cientos de rostros escondidos en sus moléculas, y la imagen distorsionada de una voz. Lanzo mis lágrimas al mar como botellas de cristal que llevan mensajes a mis muertos y a todos los muertos que se entregaron a él por pasión; quién sabe en qué lugar del mundo alguien me estará bebiendo o si acaso mis lágrimas se han derramado en otros cuerpos o he estado espiando si saberlo el encuentro de carnes para quienes el lenguaje sobra; quién sabe si estaré mojando naufragios y aún en el último suspiro de Alfonsina cuando se lanzó al mar.

Ahora que pienso en el mar y en ser y hacer lágrimas, me doy cuenta que también fui gota de otro que lloró mi existencia cuando tal vez me imaginó sin saber que hoy yo también lloraría otro ser que también imagino. Ser mar es una sensación desafiante que rescata el naufragio de las horas, de los días, de los segundos, de mi especie. Mis lágrimas al mar son, a fin de cuentas, minúsculas balsas que en su eco llevan bienvenidas y despedidas confundidas en una misma voz muda y solitaria. Lanzo lágrimas al mar como lanzo besos a la noche porque, a fin y principios de cuenta, en cada una mi muerte está anunciada y hay la esperanza de mi resurrección.

viernes, mayo 04, 2007

Dedos perdidos...


Mis dedos sudan el ansia,
supuran deseos que tiemblan,
llaman en silencio tu nombre
cuando florecen las ganas
sobre una noche casi infinita
y camino en soledad
tus pobladas palabras transparentes,
tus nombradas ganas atrincheradas,
las ondas de tu voz latientes;
mis dedos construyen en tu ausencia
la forma intuitiva de tus senos,
la sensación de tu vientre tembloroso,
la reacción de mi aliento en tus vellos,
las curvas caribeñas de tus caderas,
y el llegar tembloroso desnudo de ganas
estas manos repletas muertos y vivos
míticas entre las míticas y místicos
manos cabalgadas por héroes y bárbaros
bajando desbocadas por la isla de tu cuerpo;
mis dedos ansían rencontrar tu eco
ése que yace en la memoria de los tiempos
cuando aún la palabra no existía y el verbo se vino
y mis dedos tiemblan perdido entre tu monte de Venus
en donde leyendas y mitos se confunden
y mis dedos, de los que te hablo, corren
a la cueva de tu monte cálida y húmeda
en donde espera la gestación de un milagro
que habrá de parir un hombre/poeta deshabitado
con nombre de ángel y alas de escarchas
aullando entre sombras un verso a la luna desierta;
mis dedos enloquecen buscando tu carne
y al final del los días el temblor solitario que resucita
en un orgasmo encubierto de palabras deshojadas.