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domingo, enero 30, 2005

Cae la noche

una sombra se abraza a mis dedos,
a lo lejos una mujer llora en silencio
mientras acá, más cerca, un hombre
hace de su piel un cuerpo y late
y siente y muere en pequeños pedazos
bautizados con fragmentos de lluvia
y su verde mirada es un campo vacío
por donde vuelan dos mariposas lejanas
y no hay viento, ni nubes, ni oxígeno
sólo una silueta que corre despavorida
dejando atrás un rastro de pies que se difuminan,
un reloj lo mira desde un campanario de velas
mientras una manecilla le da chino a otra y nadie las ve
nadie escucha el paso del fantasma-hombre
sólo sus manos hacen un chasquido
cuando escribe hacia el cielo quién sabe qué
con sus pies en el suelo con cadenas mohosas
y una herida a carne viva llena de sicodélicos colores
mientras minotauros con caras de famosos
se deslizan por una avenida encubierta
donde una hormiga hace de una lata un motel,
gatos persiguen a gatas en edificios abandonados
y la ciudad se vuelve un gran zoológico
en donde zombis políticamente correctos se reproducen
sobre una lágrima manchada de esperma aún caliente
de algún machus que lloró su última venida
en algún callejón donde yace un carro olvidado
muy cerca de un tren urbano recién inaugurado
y la esperanza de un progreso cada vez más fragmentada
sobre antorchas de fuego en donde un humo azul
es la sangre fría y evaporada del mismo hombre de estos versos,
de estos grafemas que a veces son dilemas y teoremas,
pendejaces de una misma frase que se juega a la inteligencia
con la decencia de ser indecente ante un contingente de manicomios
donde a veces me escondo y soy mi propio demonio
y a una vieja se le para el moño viendo el noticiario
en donde una noticia anuncia que un poeta mató un poema
y que es buscando por los nacionalistas académicos del verso
y ese hombre-poeta corre anverso y reverso por callejones
durmiendo en cuentones entre boleros y reggetones
donde se le hace un revolú entre Maelo, La Lupe y Don Omar
y ve a lo lejos un mar que lo llama con sus olas retocadas de diesel
al lado de un castillo de piedra que sigue repitiendo historias
como la de un hombre con un lagartijo en su espalda que escupió sangre
sobre una página que llevó en su bolsillo al lanzarse al vacío de una botella
o el de una estrella que se estrelló contra el horizonte
en una noche de neblinas claroscuras como una pintura de Miró
el día en que todos nos negamos a ser gente porque sí,
el día en que vi mis dedos desnudos por primera vez
y vi que eran ramas que había cortado el hombre-poeta de este poema.

Y nació este mundo...

Apareció la palabra. Con las primeras letras, las cosas comenzaron a tomar forma. Cuando las cosas tomaron forma, las miradas se regaron por el mundo y ahora son tantas que no sé cuál es la mía; pero no importa. Con las miradas se descubrieron las formas y las formas fueron cuerpos y cosas. Los cuerpos eran espectros de luz y de sombras que se juntaban y se separaban con ritmo y en silencio. Las cosas complementaron los cuerpos y todos firmaron un pacto no escrito para convivir en balance. Así nació el mundo de las palabras para mantener el balance de las cosas y para soltar y dar alas a los cuerpos. Apareció el mío desnudo tras letras que no revelaré. Así el mundo fue y es el mundo de las palabras donde caminan hombres, mujeres y cosas y un ángel con alas llenas de polvo que vuela entre las palabras y lugares prohibidos, como debe ser.