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jueves, mayo 26, 2016

Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador - Día 1




Diario de un poeta viajero: Festival de Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador

A Ileana Fas

Día 1:
A veces los viajes o eventos ponen a uno ansioso y no duerme bien la noche anterior a los mismos. Pensé que eso me pasaría, pero no fue así. De hecho, dormí tan profundo que, cuando sonó la alarma, me preguntaba por qué la había puesto para tan temprano y, al recordar la respuesta, sonreí emocionado. Ya el día anterior había dejado puesta y acomodada la ropa que me iba a poner para viajar. La maleta la había comenzado a hacer tres días antes porque no me gusta tener ese estrés y para que no se me quedara nada porque sería un viaje largo de muchos días.

Mi vuelo saldría a las 12:20 PM, sin embargo, me fui de Aibonito como a las 8:45 AM porque mi querida Enid se había tomado el día libre del trabajo para llevarme al aeropuerto y me había dicho para desayunar juntos. Me había despedido de Nicole en la mañana y sus ojitos se le aguaron. De camino, me detuve en casa de mis padres para despedirme: Mami estaba haciendo sus quehaceres y mi papá estaba por irse con mi primo Cheo a montar unos gabinetes que había hecho. Al despedirme de ellos, tanto sus energías como sus tonos de voz cambiaron y eso quebrantó la mía también; Ambos me desearon buen viaje, que me cuidara y me echaron la bendición. Así comenzó la aventura del viaje.

Cerca de las 10:15 llegué al Walgreens en donde había quedado en encontrarme con Enid. Al salir, llamé a mi primo John ya que habíamos quedado que dejaría mi carro en la casa que era de su abuela, en donde ya no vive nadie y que está en una urbanización con control de acceso. Nos encontramos en el portón, fuimos a la casa, me bajé, nos abrazamos. Al mirar la casa, me trajo muchos recuerdos. Desde muy pequeño la visitábamos a menudo ya que mi tía Raquel, la mamá de John, desde que se casó se fue a vivir al área metro. La abuela de John era doña Alicia; Una mujer alta, muy culta y cariñosa; El abuelo era don John Kelloggs un norteamericano que no hablaba poco español, pero que lo entendía, de mirada amorosa, caminar pausado, amantes de ver deportes en la tv, y un ser humano que emanaba felicidad. Así que estar frente a esa casa, fue un viaje en el tiempo a buenos tiempos.

Bajé la maleta del baúl y mi bulto y lo llevé a la guagua de Enid. Le presenté a mi primo, me despedí de él, y luego le di un abrazo a ella, uno sentido. Salimos hacia el área de Isla Verde a buscar un lugar en dónde desayunar. Luego de varios intentos fallidos, pero en la aventura de vivir, decidimos ir a Piu Bello. El sitio estaba lleno de gringos como suele pasar en esa área cercana a los hoteles. Nos sentamos, pedimos, comimos bien, conversamos de veinte cosas, reímos, en fin, como suele pasar cuando me junto con ella: El tiempo voló. Caminamos a la guagua y de camino conversábamos mientras sentía la energía en cada cual de cómo nos despediríamos. Llegamos al área del terminal. Ambos nos bajamos, ella me ayudó a sacar las cosas y ahí, como si no hubiera nadie, ella me dio ese abrazo y beso que necesita y que me decía en esos gestos que todo estaría bien. Así nuestras miradas se cruzaron y al pasar la puerta de cristal, suspiré.

Al llegar al terminal de American Airlines, hice el procedimiento del boleto aéreo mientras escuchaba a la empleada que ayudaba, hablar con dos compañeros de trabajo de ella que “había pasado por la piedra”, así de literalmente, a un compañero en un examen y luego en una barra bebiendo. De ahí puse la maleta y pasé a la parte de los chequeos de “seguridad”. La de la agencia federal que revisa el pasaporte, mi miró profundamente como buscando algún rasgo de terrorismo en mí; ¡Si supiera! Una vez superado eso, pasé al área en donde uno se quita los zapatos, pone los bultos y pasa por una máquina de escáner en el cual tienes que tomar una posición de yoga. Pasado ese segundo nivel de seguridad, el empleado que coordina el mismo y que te dice que puedes pasar, me revisó tocándome y apretó mi nalga derecha seguido de una mirada pícara. Luego de todo ese asunto protocolar, me senté, me puse los tenis y caminé hacia el la puerta de despegue.

Estando sentado, un señor como en los 50’s, vestido de pantalón corto con muchos bolsillos y en chancletas de cuero, se me acerca y dice: “Joven, ¿Usted me puede permitir utilizar su teléfono para despedirme de una querida amiga de la cual no pude hacerlo por la prisa de llegar al aeropuerto?”. Le dije que sí, que con gusto y que entendía. La persona me dictó el número, lo entré en el teléfono y se lo pasé. Escuché al hombre hablar con mucho respeto con la persona hasta que se despidió diciéndole: “Te amo mucho Mary”. Ahí la persona me agradeció mucho. Me preguntó de dónde era y hacia dónde iba; Le conté. Me dijo que era profesor de matemática en una universidad, pero que gustaba conocer culturas y viajar. Él iba hacia Miami para hacer escala rumbo a Paris y de ahí al Líbano en donde descansaría 5 días descansando, según me dijo, para seguir rumbo a Indonesia en donde estaría tres meses. Se notaba que era una persona conocedora y culta, simple físicamente, pero con una gran dicción; Incluso me dijo que había estado en El Salvador hacía unos años, conociendo el país.

Luego de un rato, me despedí de él porque tenía antojos de tomarme una Pepsi. Iba a comprarla en Churches Chicken, pero había mucha fila. Así que caminé buscando un conector para cargar el celular. Me senté en un suelo cerca de unos cajeros automáticos; Ahí escribí un poema en el celular. Luego caminé, hice una fila pero compré la Pepsi y lo seguí hacia el terminal. Cuando llegué, veía poca gente. Le pregunté a una oriental que estaba al lado mío que si ya habían abordado y me dijo que sí, que hacía un rato. Le agradecí y seguido dije: ¡Oh shit! Llegué a donde un empleado, me identifiqué, miró a otro empleado y con cierto tono de molestia le dijo: “Llegó el que faltaba”. Luego de ese regaño sublime, entré al avión, sentía que la gente mi miraba raro, pero yo con mi sonrisa, tomé mi asiento de ventana, saqué mi Ipod, puse música de Andrés Suárez y despegamos.

El vuelo fue bastante placentero. Siempre las nubes dan un hermoso show. Pasar sobre las Islas Bahamas siempre es un placer de colores para los ojos y vuela la mente. Llegamos al Miami 10 minutos antes, pero tuvimos que esperar que se despejara el terminal. Cuando salí, tenía 55 minutos para tomar el otro vuelo, también de American, rumbo a El Salvador; Era mi primera vez en ese aeropuerto. Habíamos bajado en el terminar 49 y mi otro vuelo salía del 6. Comencé a caminar y yo veía que los números de los terminales no bajaban y los pasos se me hacían eternos y pesados. Veía que había algo que decía Sky Train, pero me preguntaba si valdría la pena y si me llevaría a donde tenía que llegar. Cuando iba por el terminar 27, encontré una empleada que lucía latina y efectivamente lo era. Le pregunté si me era práctico tomar el tren hasta mi terminal, me preguntó a qué hora salía mi vuelo, le dije, me miró con unos ojos de profundamente pena casi a punto de lágrimas por mí, y me dijo: “Te recomiendo que camines lo más rápido que puedas casi a punto de correr”. Así seguí caminando; Sentía que no sentía el aire acondicionado; De pronto vi que a mi izquierda una gringa que quería pasarme con más prisa que yo, pero apreté más el paso y no se lo permití. En fin, 40 minutos después, llegué al terminar y suerte que hago ejercicio, porque si no, seguramente hubiera muerto en el intento.

Cuando caía la tarde, partimos hacia El Salvador. Fue hermoso ver desde el avión la caída del sol. Me sentía como en un vuelo privado ya que en ese Airbus 309 íbamos a mucho 20 pasajeros. De hecho, en mi línea iba solo y las de al frente y detrás de mí, también. Cada asiento tenía un monitor localizado en el cabezal del de al frente y te daba la opción seguir en un mapa el vuelo. Fue emocionante cuando vi la costa de Cuba. Me dio muchos sentimientos sobrevolar ese lugar. De ahí a El Salvador fue corto mientras me acompañaba en el Ipod Sabina y leía algo de poesía.

Cuando nos acercábamos al aeropuerto de El Salvador, había una nubla espesa y nunca vi la pista desde aire. Se sintió rico cuando el avión tocó pista. De ahí pasamos al asunto de la aduana, el cual fue bastante rápido. Siempre me da gracia cuando te preguntan: “¿A qué usted viene aquí?”. Al pasar eso, ya mi maleta estaba allí y al salir, ese abrazo cálido del anfitrión y amigo Otoniel Guevara. Me presentó al chofer que no llevaría a la casa; Un muchacho joven muy agradable y conversador. De camino en un pickup doble cabina del Ministerio de Obas Públicas (MOP), nos detuvimos en un área de negocios muy parecida a los kioskos de Luquillo, pero en donde solo vendían pupusas, la cual es el plato nacional. Las pupusas son parecidas a las arepas y se hacen con harina de maíz o de arroz. Como yo nunca las habían probado, pidieron varias rellenas de diferentes cosas. La forma de comerse es con las manos, inclusive, un curtido que se le pone y el cual está hecho de repollo, vinagre y orégano; Solo me pude comer dos y media no por lo grande, sino por lo que llenan.

Llenos y satisfechos, seguimos camino a la casa en Quezaltepeque. Al llegar, bajamos todo y allí se sentía paz y amor. Me recibieron con mucho cariño, me mostraron el cuarto en el cual me quedaría, llevé mis cosas y regresé para conversar. La casa no tiene balcón y una vez sales por la puerta de lo que sería la sala, estás en la calle. El área de comedor es abierta al jardín y Otoniel la tiene de oficina. En uno de los lados del jardín está la cocina (al frente de la misma un cuarto donde duerme la mamá de Oto), un baño de toilet, una pileta cemento y un cuarto; Hacia el otro lado, un cuarto (donde vive la hermana de Oto), una biblioteca, el baño (con una puerta de metal que no llega al piso y abierto en la parte de arriba, una pequeña pileta de cemento adentro y un tubo por donde sale el agua), un área de toilet, y el cuarto en donde yo me estaría quedando. Una casa sencilla en donde vive un grande, donde se crea en grande, en donde se siente en grande.


Luego de una conversación sobre muchas cosas y con una diferencia de dos horas más tempranas que en Puerto Rico, me dio sueño y me acosté no sin antes llamar por Whatsapp a Puerto Rico y dejarle saber a mi familia que había llegado bien. Esa noche dormí sabiendo que cada noche allí estrenaría formas nuevas de dormir entre historias.




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