Diario de un poeta viajero: Festival de
Poesía Joven Amílcar Colocho en El Salvador
A Ileana Fas
Día 1:
A veces los viajes o eventos ponen a uno ansioso y no
duerme bien la noche anterior a los mismos. Pensé que eso me pasaría, pero no
fue así. De hecho, dormí tan profundo que, cuando sonó la alarma, me preguntaba
por qué la había puesto para tan temprano y, al recordar la respuesta, sonreí
emocionado. Ya el día anterior había dejado puesta y acomodada la ropa que me
iba a poner para viajar. La maleta la había comenzado a hacer tres días antes
porque no me gusta tener ese estrés y para que no se me quedara nada porque
sería un viaje largo de muchos días.
Mi vuelo saldría a las 12:20 PM, sin embargo, me fui de
Aibonito como a las 8:45 AM porque mi querida Enid se había tomado el día libre
del trabajo para llevarme al aeropuerto y me había dicho para desayunar juntos.
Me había despedido de Nicole en la mañana y sus ojitos se le aguaron. De
camino, me detuve en casa de mis padres para despedirme: Mami estaba haciendo
sus quehaceres y mi papá estaba por irse con mi primo Cheo a montar unos gabinetes
que había hecho. Al despedirme de ellos, tanto sus energías como sus tonos de voz
cambiaron y eso quebrantó la mía también; Ambos me desearon buen viaje, que me
cuidara y me echaron la bendición. Así comenzó la aventura del viaje.
Cerca de las 10:15 llegué al Walgreens en donde había
quedado en encontrarme con Enid. Al salir, llamé a mi primo John ya que
habíamos quedado que dejaría mi carro en la casa que era de su abuela, en donde
ya no vive nadie y que está en una urbanización con control de acceso. Nos encontramos
en el portón, fuimos a la casa, me bajé, nos abrazamos. Al mirar la casa, me
trajo muchos recuerdos. Desde muy pequeño la visitábamos a menudo ya que mi tía
Raquel, la mamá de John, desde que se casó se fue a vivir al área metro. La
abuela de John era doña Alicia; Una mujer alta, muy culta y cariñosa; El abuelo
era don John Kelloggs un norteamericano que no hablaba poco español, pero que
lo entendía, de mirada amorosa, caminar pausado, amantes de ver deportes en la
tv, y un ser humano que emanaba felicidad. Así que estar frente a esa casa, fue
un viaje en el tiempo a buenos tiempos.
Bajé la maleta del baúl y mi bulto y lo llevé a la guagua
de Enid. Le presenté a mi primo, me despedí de él, y luego le di un abrazo a
ella, uno sentido. Salimos hacia el área de Isla Verde a buscar un lugar en
dónde desayunar. Luego de varios intentos fallidos, pero en la aventura de
vivir, decidimos ir a Piu Bello. El sitio estaba lleno de gringos como suele
pasar en esa área cercana a los hoteles. Nos sentamos, pedimos, comimos bien,
conversamos de veinte cosas, reímos, en fin, como suele pasar cuando me junto
con ella: El tiempo voló. Caminamos a la guagua y de camino conversábamos
mientras sentía la energía en cada cual de cómo nos despediríamos. Llegamos al
área del terminal. Ambos nos bajamos, ella me ayudó a sacar las cosas y ahí,
como si no hubiera nadie, ella me dio ese abrazo y beso que necesita y que me
decía en esos gestos que todo estaría bien. Así nuestras miradas se cruzaron y
al pasar la puerta de cristal, suspiré.
Al llegar al terminal de American Airlines, hice el
procedimiento del boleto aéreo mientras escuchaba a la empleada que ayudaba,
hablar con dos compañeros de trabajo de ella que “había pasado por la piedra”,
así de literalmente, a un compañero en un examen y luego en una barra bebiendo.
De ahí puse la maleta y pasé a la parte de los chequeos de “seguridad”. La de
la agencia federal que revisa el pasaporte, mi miró profundamente como buscando
algún rasgo de terrorismo en mí; ¡Si supiera! Una vez superado eso, pasé al
área en donde uno se quita los zapatos, pone los bultos y pasa por una máquina
de escáner en el cual tienes que tomar una posición de yoga. Pasado ese segundo
nivel de seguridad, el empleado que coordina el mismo y que te dice que puedes
pasar, me revisó tocándome y apretó mi nalga derecha seguido de una mirada
pícara. Luego de todo ese asunto protocolar, me senté, me puse los tenis y
caminé hacia el la puerta de despegue.
Estando sentado, un señor como en los 50’s, vestido de
pantalón corto con muchos bolsillos y en chancletas de cuero, se me acerca y
dice: “Joven, ¿Usted me puede permitir utilizar su teléfono para despedirme de
una querida amiga de la cual no pude hacerlo por la prisa de llegar al
aeropuerto?”. Le dije que sí, que con gusto y que entendía. La persona me dictó
el número, lo entré en el teléfono y se lo pasé. Escuché al hombre hablar con
mucho respeto con la persona hasta que se despidió diciéndole: “Te amo mucho
Mary”. Ahí la persona me agradeció mucho. Me preguntó de dónde era y hacia
dónde iba; Le conté. Me dijo que era profesor de matemática en una universidad,
pero que gustaba conocer culturas y viajar. Él iba hacia Miami para hacer
escala rumbo a Paris y de ahí al Líbano en donde descansaría 5 días
descansando, según me dijo, para seguir rumbo a Indonesia en donde estaría tres
meses. Se notaba que era una persona conocedora y culta, simple físicamente,
pero con una gran dicción; Incluso me dijo que había estado en El Salvador
hacía unos años, conociendo el país.
Luego de un rato, me despedí de él porque tenía antojos
de tomarme una Pepsi. Iba a comprarla en Churches Chicken, pero había mucha
fila. Así que caminé buscando un conector para cargar el celular. Me senté en
un suelo cerca de unos cajeros automáticos; Ahí escribí un poema en el celular.
Luego caminé, hice una fila pero compré la Pepsi y lo seguí hacia el terminal.
Cuando llegué, veía poca gente. Le pregunté a una oriental que estaba al lado
mío que si ya habían abordado y me dijo que sí, que hacía un rato. Le agradecí
y seguido dije: ¡Oh shit! Llegué a donde un empleado, me identifiqué, miró a
otro empleado y con cierto tono de molestia le dijo: “Llegó el que faltaba”.
Luego de ese regaño sublime, entré al avión, sentía que la gente mi miraba
raro, pero yo con mi sonrisa, tomé mi asiento de ventana, saqué mi Ipod, puse
música de Andrés Suárez y despegamos.
El vuelo fue bastante placentero. Siempre las nubes dan
un hermoso show. Pasar sobre las Islas Bahamas siempre es un placer de colores
para los ojos y vuela la mente. Llegamos al Miami 10 minutos antes, pero
tuvimos que esperar que se despejara el terminal. Cuando salí, tenía 55 minutos
para tomar el otro vuelo, también de American, rumbo a El Salvador; Era mi
primera vez en ese aeropuerto. Habíamos bajado en el terminar 49 y mi otro
vuelo salía del 6. Comencé a caminar y yo veía que los números de los
terminales no bajaban y los pasos se me hacían eternos y pesados. Veía que
había algo que decía Sky Train, pero me preguntaba si valdría la pena y si me
llevaría a donde tenía que llegar. Cuando iba por el terminar 27, encontré una
empleada que lucía latina y efectivamente lo era. Le pregunté si me era
práctico tomar el tren hasta mi terminal, me preguntó a qué hora salía mi
vuelo, le dije, me miró con unos ojos de profundamente pena casi a punto de
lágrimas por mí, y me dijo: “Te recomiendo que camines lo más rápido que puedas
casi a punto de correr”. Así seguí caminando; Sentía que no sentía el aire acondicionado;
De pronto vi que a mi izquierda una gringa que quería pasarme con más prisa que
yo, pero apreté más el paso y no se lo permití. En fin, 40 minutos después,
llegué al terminar y suerte que hago ejercicio, porque si no, seguramente hubiera
muerto en el intento.
Cuando caía la tarde, partimos hacia El Salvador. Fue
hermoso ver desde el avión la caída del sol. Me sentía como en un vuelo privado
ya que en ese Airbus 309 íbamos a mucho 20 pasajeros. De hecho, en mi línea iba
solo y las de al frente y detrás de mí, también. Cada asiento tenía un monitor
localizado en el cabezal del de al frente y te daba la opción seguir en un mapa
el vuelo. Fue emocionante cuando vi la costa de Cuba. Me dio muchos sentimientos
sobrevolar ese lugar. De ahí a El Salvador fue corto mientras me acompañaba en
el Ipod Sabina y leía algo de poesía.
Cuando nos acercábamos al aeropuerto de El Salvador,
había una nubla espesa y nunca vi la pista desde aire. Se sintió rico cuando el
avión tocó pista. De ahí pasamos al asunto de la aduana, el cual fue bastante
rápido. Siempre me da gracia cuando te preguntan: “¿A qué usted viene aquí?”.
Al pasar eso, ya mi maleta estaba allí y al salir, ese abrazo cálido del anfitrión
y amigo Otoniel Guevara. Me presentó al chofer que no llevaría a la casa; Un
muchacho joven muy agradable y conversador. De camino en un pickup doble cabina
del Ministerio de Obas Públicas (MOP), nos detuvimos en un área de negocios muy
parecida a los kioskos de Luquillo, pero en donde solo vendían pupusas, la cual
es el plato nacional. Las pupusas son parecidas a las arepas y se hacen con harina
de maíz o de arroz. Como yo nunca las habían probado, pidieron varias rellenas
de diferentes cosas. La forma de comerse es con las manos, inclusive, un
curtido que se le pone y el cual está hecho de repollo, vinagre y orégano; Solo
me pude comer dos y media no por lo grande, sino por lo que llenan.
Llenos y satisfechos, seguimos camino a la casa en
Quezaltepeque. Al llegar, bajamos todo y allí se sentía paz y amor. Me recibieron
con mucho cariño, me mostraron el cuarto en el cual me quedaría, llevé mis
cosas y regresé para conversar. La casa no tiene balcón y una vez sales por la
puerta de lo que sería la sala, estás en la calle. El área de comedor es
abierta al jardín y Otoniel la tiene de oficina. En uno de los lados del jardín
está la cocina (al frente de la misma un cuarto donde duerme la mamá de Oto),
un baño de toilet, una pileta cemento y un cuarto; Hacia el otro lado, un
cuarto (donde vive la hermana de Oto), una biblioteca, el baño (con una puerta
de metal que no llega al piso y abierto en la parte de arriba, una pequeña
pileta de cemento adentro y un tubo por donde sale el agua), un área de toilet,
y el cuarto en donde yo me estaría quedando. Una casa sencilla en donde vive un
grande, donde se crea en grande, en donde se siente en grande.
Luego de una conversación sobre muchas cosas y con una
diferencia de dos horas más tempranas que en Puerto Rico, me dio sueño y me
acosté no sin antes llamar por Whatsapp a Puerto Rico y dejarle saber a mi
familia que había llegado bien. Esa noche dormí sabiendo que cada noche allí
estrenaría formas nuevas de dormir entre historias.
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