Día 4
El día comenzó temprano como todos los días. Aún a varios
días en El Salvador, no me acostumbraba (ni nunca me acostumbré) a la
diferencia de dos horas con Puerto Rico; De hecho, mi reloj de pulsera lo
cambié a la hora de allá, pero el celular lo dejé con la de la Isla. Ése día
fue el primero en el que todos los escritores compartimos desde la mañana. Desayunamos en la casa en el Manguillo sobre una mesa colorida y tradicional, según lo que viví en esos días: Revotillo, pan francés, puré de habichuelas, aguacate, frutas, jugo de chica y café. Entre charla y charla nos íbamos compenetrando, conociendo
y celebrando la vida mientras nos íbamos conociendo.
Al regresar a la casa, todos nos alistamos para salir.
Ese día comenzaría con una visita a La Toma; Visita precisa para refrescarse en
ese día que temprano ya comenzaba caliente (Quezaltepeque es un lugar con un
calor intenso y particular que pocas veces he experimentado en mi vida y el
cual contrasta enormemente con el verdor de los árboles y plantas del lugar).
La Toma es un enorme balneario (Así se llama a los lugares en donde la gente va
a darse baños de agua (allá hay varios) y a diferencia de aquí que solamente lo
asociamos con playas) que cuenta con dos enormes piscinas de aguas naturales y
otras que dos un poco más pequeñas que por contar con piedrecillas, pareciera
más un río. Sin embargo, es realmente como un enorme ojo de agua con sus aguas
filtradas por piedras volcánicas. El agua es muy fresca es casi olor. A parte
de las piscinas, hay varios sitios en donde se come y venden cervezas. El
ambiente es familiar y, como las piscinas son tan enormes, no sientes un
bullicio como tal. Están rodeadas de árboles lo cual hace del ambiente uno
fresco y se pueden escuchar muchas especies de aves. Además, el lugar está
cuidado por soldados del ejército fuertemente armados.
Cerca de las 10, salimos todos, incluyendo Ariel, el hijo
de Oto, de la casa caminando aproximadamente 4 cuadras hasta llegar al área en
donde se toman los microbuses que llevan a los diferentes sitios. Allí nos
metimos todos a uno, de modo casi inimaginable a un micro que de por sí ya
estaba lleno. Esos micros siempre van con la puerta de abordar abierta y llevan
una persona que convoca a la gente a montarse y una vez montado, los acomoda y
luego les cobra. Es realmente realismo mágico cómo puede acomodarse tanta gente
en ese espacio limitado. A mí me pareció genial y surreal así como la cara de
Carmen Quintero que iba sentada al lado mío y que nos comunicábamos más por
miradas que por palabras de lo que estábamos viviendo allí. En un momento del
trayecto, nos detuvo un grupo de policías que estaban parando carros para
inspeccionarlos. Pude ver el conductor bajarse y aparte de su licencia, pasarle
a uno de los agentes un billete de dinero y continuamos la marchar. Allí, la
rauda competencia por la transportación hace que ésta sea muy barata; Por
ejemplo, para llegar a La Toma son como 15 minutos en un vehículo y solo cobran
como veinte centavos por persona y las carreteras están en muy buenas condiciones.
El balneario de La Toma está al final de una carretera
ancha asfaltada (A lado y lado del final de la misma continúan unos caminos
vecinales en tierra). Frente a la misma, hay varios negocios de ventas de
frutas, pupusas e inflables para niños. Cuando íbamos a entrar, Oto nos pidió
que guardáramos silencio y era para ahorrar algo de dinero porque a los locales
la entrada por persona es $1.50 y extranjeros $3.00 (En El Salvador la moneda
que se usa es el dólar estadounidense). Entramos en silencio y luego todos
quedamos maravillados por el lugar. El calor estaba intenso. En las primeras
piscinas, las que son en cemento, nos metimos Otoniel, Ariel, Daniel y yo; Los
demás se fueron a uno de los negocios a tomarse unas cervezas. Luego de un
rato, todos llegaron a donde estábamos y decidimos ir a la otra área en donde
les conté que parecía un río. En una de las pozas en donde hay un tubo grueso
por donde sale agua para nutrir el lugar, nos metimos casi todos y disfrutamos
de hacernos fotos con mi celular y en donde puede tomar unas en donde paralizo
el agua creando un efecto muy nice. Ahí disfrutamos mucho como si fuéramos
nenes chiquitos. Una anécdota graciosa fue que Yenny se metió pero no se quería
mojar toda y el subcomandante Emin ordenó un “fusilamiento” con agua y la
encharcamos. Realmente lo pasamos genial ahí y, si nos falta de compenetrar
como grupo, ahí lo logramos. Luego fuimos a comer a uno de los locales de allí;
La comida era exquisita y hecha al momento y frente a uno. De ahí salimos de La
Toma, esperamos como 20 minutos por el microbús y regresamos al pueblo.
Como el agua era fresca, a pesar del recorrido en el
micro lleno de gente y de caminar las cuadras hasta la casa, llegamos frescos y
contentos. Allí todos nos fuimos bañando poco a poco. Algunos se quedaron
debajo del Manguillo conversando, y yo me recosté un rato en el cuarto en donde
dormía y allí también llegó Yenny y Eli en donde pasamos un buen rato
conversando, intercambiando ideas y descansando.
Esa tarde era la apertura del Festival y sería en el
parque/plaza de Quezaltepeque. Como era cerca de la casa, salimos para el sitio
caminando cerca de las 3 PM (El evento era a las 4). Yenny, Eli y yo nos fuimos
a uno de los negocios del parque y compramos Coca Cola mientras disfruté de
tomarles fotos. Allí descubrí que Eli y yo tenemos una misma pasión por la
fotografía y gustos en común con las cosas y forma en que nos gusta tomar
fotos; Así que desde ese día hasta el que se fue, le presté mi cámara para que
se divirtiera tomando fotos e hizo unas cosas geniales.
La cancha se estaba llenando de público variado mientras
una banda escolar tomaba su lugar, ubican unas sillas y alfombras rojas en
donde serían los actos de apertura. Había un grupo de niños pre-escolares en
uniforme. Eli se conmovió al verlos y me pidió que la acompañara para contarles
cuentos a los chicos. Fue hermoso y emotivo ver a esa mujer intensa y madura convertirse
en una contadora de cuentos con una energía que enamoró a los chicos y los
involucró de lleno en el evento. Disfruté verla vivirse ese papel y al final
bailamos con una canción que ella les cantó e hizo una coreografía con ellos.
Cerca de las 4 PM, Marisol nos pidió tomar asiento en las
primeras dos filas que estaba designadas para nosotros. Aunque hacía una brisa
fresca, el sol cayendo al lado izquierdo nuestro daba mucho calor, pero
soportable. Debajo de un canasto de baloncesto, estaba ubicado un cartel que
hacía referencia a Amílcar Colocho. En ambos lados de la alfombra, unos jóvenes
pintados de blanco hacían de estatuas vivientes. En el lado derecho había una
mesa con nuestros libros y un cartel grande con las fotos de los poetas
internacionales que allí participábamos.
La actividad comenzó con varias interpretaciones
musicales con la banda escolar compuesta de chicos y chicas que estarían entre
los 13 a 15 años. Seguido, unas palabras de Marisol Alfaro, Presidenta del
Festival y Otoniel Guevara, Coordinador Ejecutivo. Al terminar, una actriz
llevó a cabo un performance muy emotivo de un poema de Amílcar Colocho. Dicho
performance estaba acompañado por una música que llevaba a uno a reflexionar y
mientras ella ponía unas velas, flores y fotos de hombres y mujeres desaparecidos
durante la guerra en dicho país; Al final, declamó el poema con un vigor que se
le metía a uno en los huesos. Luego comenzaron las lecturas en las cuales
íbamos en grupo de tres escritores internacionales con dos salvadoreños. Luego
del primer grupo, hubo una intervención musical de parte de Mariana, la hija de
Otoniel, con su violín; Fue hermoso y sublime mientras caía el sol. Seguido,
estuvo el segundo grupo y al terminar la lectura una niña interpretó varias
canciones con una pista de fondo; Una potente y dulce voz a la vez a sus 12
años aproximadamente. Finalmente, subió el último grupo y tocó la banda. A
petición, Mariana volvió a tocar seguido de la niña que había cantado antes,
que volvió a hacerlo. La presentación cerró con la presentación de un buen
cantautor salvadoreño, Rigoberto Barrera, con una voz melodiosa y unas canciones
en donde el amor y la vida se funden y confunden. Fue interesante, que al otro
lado de la cacha unos chicos jugaban baloncesto, tal vez enajenados de lo que
allí sucedía. Cuando cruzamos para ir a un carro en donde comeríamos unos
tamales, le pedí la bola a una chica, anoté un canasto de tres puntos y se
quedaron mirándome como una mirada de “wow”.
Luego de comer unos tamales, caminamos varias cuadras por
Quezaltepeque de camino a la casa en la cual esa noche sería la fiesta de
apertura. Fue súper divertido porque parecíamos un grupo de nenes chiquitos
traviesos. Claro, de camino paramos en el supermercado que es parte de una
cadena y que llevan por nombre Selectos; Allí compramos cervezas. La casa
estaba en un área muy tranquila. Se entraba por una puerta de metal que daba accesos
a una entrada para carros. Ya adentro era como otro mundo: Un patio enorme,
árboles frutales, un gran taller rústico
de lo que alguna vez fue de alfarería, pero sobre todo, una familia y un
grupo de gente hermosa, caritativa, hospitalaria, agradecida y con una sonrisa
pura y chispeante.
Allí la pasamos genial. El alfarero nos llevó por el
taller contándonos las historias y todos hicimos distintas fotos como las que
le tomé a Yenny cuando se metió en la mesa del torno. Luego cenamos riquísimo entre
conversaciones. Como era fiesta, había música y bailamos; Sí, en plural. Fue
muy divertido. Cuando comenzaba el kareoke, Yenny y Eli se fueron con Iliana
porque vivían un poco alejado de allí; Igual Carmen y Carolina con Marisol.
Allí seguimos tomando cerveza mientras escuchábamos la gente cantar feliz y sin
inhibiciones. De pronto, Armando tomó el micrófono y nos sorprendió con su voz
cantando un bolero a puro sentimiento. Luego Otoniel hizo lo propio y fue
gracioso porque quería una canción que nos e acordaba bien de ella ni del
autor, pero apareció. Me pusieron presión y presión para cantar y lo hice;
Canté –si se puede llamar así- “19 días y 500 noches” de Sabina.
Al terminar de cantar, nos despedimos; Era cerca de la
medianoche y al otro día teníamos que viajar a un pueblo continuo para las
primeras lecturas del Festival. Entre chiste y comentarios jocosos, caminamos y
llegamos a la casa. Como era tarde, Daniel y Emín se quedaron en la casa. Yo
estuve un rato con ellos en El Manguillo, pero luego el sueño me venció y me
fui al cuarto. Esa noche me acosté no solo repasando lo vivido, si no también
extrañando algunas personas.
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